martes, 13 de mayo de 2014

Consigo Misma - Novela Histórica -

Consigo Misma  

Horacio Santana





                                                           




                         
Para la presente edición
Diagramación de tapa Horacio Santana
Copyright Horacio Santana y Terry Madero
Inscripto Biblioteca Nacional  Lª  34      Nº 499
Depósito Legal Nª  15614
Impreso en Rosenthal esq. Fray Bentos Colonia
Tel. 05224096
Email: lastejas @hotmail.com




Prenuncio personal
Búsqueda por la Verdad y Amor por la justicia
Nací en Juan Lacaze (Puerto Sauce), un diecisiete de mayo de mil novecientos treinta y tres.  El treinta y uno de marzo del mismo año, un mes y medio antes,  Gabriel Terra disolvió la Asamblea General iniciando el primero Golpe de Estado en nuestro país.                                                                   Siempre me gustaron las letras. La Escuela, así como el Liceo fueron públicos, para mí. Estudié idioma inglés, recibiéndome en el Instituto Británico de Montevideo. Durante muchos años, trabajé como profesora en varios liceos de mi departamento, en el Liceo Zorrilla de Montevideo y fundé un Instituto Privado en mi pueblo. Reviviendo momentos y bajo el imperio de la emoción, creo haber llegado por lo menos a la mitad del camino que me propuse, aquel veintiocho de agosto de mil novecientos setenta y ocho, cuando me fui sola caminando por un largo sendero, sin mirar hacia atrás donde habían quedado seis años y medio de mi vida y la de muchas compañeras. Allá en el norte montevideano, cárcel de Punta de Rieles. De manera que quiero estar segura que aquél período de mil novecientos setenta y dos a mil novecientos setenta y ocho es como una cima inaccesible, a la que accedí (¡vaya paradoja!) y que marcó despiadadamente el resto de mi camino existencial.
¡Hoy tengo ochenta años y dedico este libro: ‘A los que ya se han ido’ ‘A los que están presentes’ ‘A los que aún tienen que llegar’!!!
A mi esposo, que se quedó para seguir iluminando el sendero.
A mi actual compañero, guía imperecedera, que se acercó poco tiempo después de todo aquello sucedido y acompaña mis pasos, diariamente.
Estos apuntes que vendrán, reconstruyendo una parte de la historia de mi vida en nuestro  Uruguay, no hubieran crecido sin el desinteresado apoyo, de mi sobrino, escritor Horacio Santana.    
                
                                                           Terry Madero Vila


Omnisciente
Recuerdo mi temporalidad, fue en un otoño de mil novecientos setenta y dos. Mi profesor de literatura en el liceo más antiguo del interior de nuestro país, en la ciudad de Colonia Valdense, nos explicaba la figura del narrador, claro, yo en realidad estaba desarrollando mi bachillerato en ciencias, el que concluí un tiempo después, así que no tuve oportunidad de entender muy bien que sucedía con él, en ese mundo intrínseco y tan vasto de un narrador. 
Hoy cuarenta años después, desarrolla la suspicaz tarea de narrador en primera persona. No busco un pronombre concebido, ni injustificado, no soy un narrador cuasi omnisciente que procura personajes hasta en la luna, voy a intentar ser omnisciente, nada me es ajeno, la realidad es la realidad, no obstante intentaré descifrar esas pesadillas, esos sentimientos, desmayos, delirios. . ., aunque redundarán en ti lector con el pronombre 'ella o ello o él'; yo no dejaré de verlo como mío, sentiré sus vivencias, fluiré psíquicamente en sus colores, e intentaré volver. Mi generación, aquella de los años sucios en mi país ha sido sin duda íntegramente, el castigo que llevaremos de por vida, y mi ser el que le lleva sobre los hombros, que me duelen.
Ahora sí, soy yo, sí, ese al que le han sucedido tantas situaciones como ciudadano oriental. Tía, no sólo era ella, sino mi segunda madre y aún más, era mi profe de inglés. Tarea difícil, si la hubo para ella.                     Tía. . ., dejaba que yo me incluyera en su vida y la de su esposo, iba a su casa, que era la de mis abuelos maternos, jugaba allí de niño, con ellos almorzaba algún domingo que otro en el Club Naútico Puerto Sauce, tío me enseño a tirarme del trampolín de la balsa. . . Ellos solían ir todos los días a la playa verde, me llevaban, alguien iba con nosotros siempre y yo en mi mundo y ellos en el suyo. Iba al liceo del centro del pueblo, volvía día por medio a mis clases de inglés, nunca me faltó el pan con mortadela y ni les cuento, cuando me ponía un poquito loco, la tía me daba pan con dulce de membrillo y yo, me sentaba recostado en la pared de la cocina agarrándome con ambas manos entrecruzadas mis piernas dobladas y le decía: 'no  quiero' y tía: 'no te gusta, nene' y yo: ' no conozco el dulce de membrillo'. Pobre tía, hoy a sus ochenta y un años me lo recuerda. Yo vivía en Villa Pancha o si gustan Granja San José así se denominaba a las ocho o diez manzanas donde residía junto a mis padres y hermana, estábamos a cuatro kilómetros del centro de la ciudad, todos los días, durante cuatro años fui al liceo en bicicleta.                                                               Ella siempre me recibía. . . Hasta que cuando vine a darle las buenas nuevas de que ya había terminado mi segundo año de Prepatorios en Valdense y me había recibido de Bachiller en Ciencias, ese día, todo estaba tranquilo en casa de los abuelos. . . no intuí nada, dejé mi bici de media carrera en el cordón y golpeé la puerta. . . una, dos, tres veces en un instante en que había mirado hacia los laterales, alguien la abrió.
Desde dentro un hueco oscuro quedo en penumbras, no avancé pues dos caños agujereados apuntaron a mi cabeza, solo escuche una voz: ¿qué quiere aquí? le conté con voz entrecortada y coraje de machito. La respuesta aterradora de dos bigotes y una gorra verde fue: 'váyase a su tía, la estamos esperando'.   

Quisiera por ultimo entrar a esta novela histórico cultural, donde el  narrador al que hacía referencia, se estimule con otro que, creo es el verdadero de esta trama, “el apunte”. Narrado en varias hojas a máquina dentro de la cárcel, tía  brindó sus vivencias y él las cuenta.
Hace años, estábamos sentados en un banquito en su casa. Poco tiempo había pasado de que ella había dejado de ser presa política. Me dijo muy jugada: ‘nene, me cuidas este rollito de papel’ Estuve años sin poder desatar el pequeño nudo de hilo blanco. Cuando lo hice brotó un llanto en mí.  Era todo esto, así que mi narrador y el papel en su segunda persona cuentan por ella.




Horacio Santana


Consigo misma
En hojas verdes con agujerillos en su parte izquierda señal inequívoca que era de un cuaderno con espirales, de renglones estrechos y con fecha impresa en el centro así: ‘AGOSTO 5’  del otro lado ‘AGOSTO 6’. Era una hoja arrancada al azar. No había implicancias de las fechas en el relato. Comenzaba el papel a desenmarañarme.
DOS nudillos de niño, deducidos por sus tenues golpes, mientras no los podía atender, emergieron deformados, después de breves instantes. Tras el vidrio esmerilado los noté gordos y finos, al acercarme a atenderlos. Una cabecita casi cuadrada, con cerquillo, como se usaba en esa época, también rompía los bultitos interlineados  de aquel vidrio fantasía, gota de agua. La puerta de frente sobre la calle dieciocho de julio de mi ciudad, consideré que fue acariciada por manos del futuro.       Desatendí un minuto la clase inglés que estaba ofreciendo a mis cinco alumnos; y abrí.                     -   ¡Hola Terry! Esto te manda mamá. Hoy doce de febrero es el cumpleaños de papá. Como intuye, que terminas las clases tarde y no vas a poder ir, quiso que probaras, lo que vamos a cenar - La voz suavey pícara de Carlitos me sedujo tanto, que no pude menos que abrazarle y besarlo en la frente.                                                    
-   Dile a Cota, que : ¡Gracias! Querido. Los voy a probar en un rato, cuando termine. Después, tengo otra. . .  
Mi vecina Cota, a la nochecita de un verano de mangas cortas y bermudas de pantalones cortados hasta la rodilla, acercó un plato de ñoquis calientes con tuco fuerte. Con mi marido éramos seres de escasa alimentación, preferíamos eso. Solíamos, en ocasiones, salir a almorzar o cenar a clubes, hoy transformados en restaurantes, de nuestro pueblo. . .                           esa nochecita de mil novecientos setenta y dos estaba preocupada. . .                                                                                                       No sé. . ., sentía desprendimientos íntimos, personales, intranquilidad. ¡Esos ñoquis. . .!             . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .                       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .                                         . . . . . . . . . . . . . . .                                                                   . . . . . . .                                                                                 . .         



AL MENOS dos meses habían pasado cuando di comienzo a recordar algunos hechos y circunstancias. Pensaba sola, con mi intelecto casi desarmado, si estaba loca; ¿estaba loca?  ¿Sabía quién era?  Por medio de lo que pensaba, la información que apenas recibía,  procesaba su significado. Mi mente incluía emociones, sensaciones, recuerdos, creencias y otros usos cerebrales. ¿Estaba loca? Negaba, aunque me protegía del daño, protegiéndome él mi cuerpo. Obtenía pensamientos, en libertad como me decían que estaba. Veía fronteras y ellas, no me dejaban en libertad. Veía a mi mente más colectiva que individual en un alto porcentaje, eran pensamientos sobre mi sociedad y sus productos. No quería transgredir la línea mental en que, el ‘Todo’ predomina sobre la separación. Existían creencias compartidas acerca de opiniones recibidas y valores comunes. ¡¿Cómo iba a estar loca?! Esas creencia nos dividen en el ámbito de la política, la religión, pero la idea de ‘nosotros contra ellos’, el nacionalismo a ultranza, hacían de mis fronteras mentales, arbitrariamente miedosa.  . Me dominaba mi identidad, lo mío, yo, mí (persona), en base a los estudios y discusiones sobre la sociedad que deberíamos cambiar con voluntad de tener éxito. No buscaba una espiritualidad, no deseaba matar mi ego. Debía controlar mis impulsos, para ello estaba allí. Mi identidad me lo pedía, vínculos, asociaciones, dependían de mis elecciones personales, para identificarme. Buscábamos hechos heroicos, míticos, necesidad de respeto, dignidad  y valoración interna. No estaba en mi conciencia, la alegría de vivir este momento. Aquí, en esta circunstancia, es cuando te ves como un cuerpo  separado en el tiempo y en el espacio. Ves la red de la vida y me veo como una criatura frente a la naturaleza, fue allí que me dejé transcurrir. . . .    Era yo en un inconsciente deliberado y transido.          Me encontraba en un monte y arroyo nativo donde habíamos arribado de una manera no muy convencional. No abundaba el tiempo para distracciones, uno debía permanecer de sigilo en sigilo, día, noche, siestas, amaneceres. Me orinaba encima, defecaba bajo la defecación de algún vacuno para no alertarlos. Cuando pude, un día que me permitieron ir hacia el arroyo a refrescarme. . ., no sé el tiempo que pasó, ese fue el primer instante de tiempo sin sigilo.                       ¡Sí. . ., aunque no. . .! Estaba igualmente sin distraerme. Aconteció, allí, cuando me agaché para lavarme las manos y tocar el agua amarronada que corría  y que no había visto por un largo e ininterrumpido tiempo. . . . . . . . . . . . . . . . . .  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .                                                                                     Mis recuerdos seguían funcionando, allí junto a los culandrillos y acuclillada, tratando de devorarme toda el agua. Le hablé. ¡Qué le hablé!: ‘¿Recuerdas que íbamos con Perico todos los días a la playa y tú nos rehacías nuestros espíritus. Eras tú, mismo color, mismo sabor, en fin, mismo medio de canjearme minutos de vida, hechos  transcurridos, por minutos de vida. . .,        espiritual. . .?’ Ella nunca dejó de correr. Pero en un remanso junto a unos sarandíes  y canelones, me cobijó. El solcito mañanero pegaba y yo me reflejé como un espejo, y ella se reflejó en mí, no dejaba que me fuese, me retenía,  hasta una locura que no era, llegó a escucharme. De ella, que bailoteaba allí acuosamente, oí  a mi propia personalidad hablándome.                                                                               Rememoró varias cosas.                                                              Escuchen. . ., junto a mí; lo que me contó:
El comienzo de las hojas sin rayas de papel común tipo de máquina de escribir seguían narrándome lo sucedido.




“Antes de que me olvide”  
Desde aquí en adelante contaré todo lo que recuerdo, fidedignamente, sin quitar ni agregar. Lo haré cuando pueda. En las circunstancias que hagan lugar a ello. Contaré cada momento y situación que me tocó vivir, o mejor dicho ‘pasar’, desde febrero de mil novecientos setenta y dos hasta julio de mil novecientos setenta y ocho. Mencionaré lo referido a mí, con respeto y objetividad. Confío en mi memoria y. . ., ‘antes de que me olvide.’                                   En el año mil novecientos setenta y uno, yo tenía treinta y ocho años, estaba casada hacía doce con Juan A., un muchacho de treinta y dos a quien amaba profundamente. Era muy bueno, sencillo y soñador, sobre todo generoso, diría muy generoso. Tanto es así, que cada fin de mes cuando cobraba su sueldo compraba comestibles y, - ‘les arrimaba’- como solía decir, donde él sabía que les escaseaba la comida; vivíamos de nuestros trabajos. No nos sobraba, pero según su pensar:”debíamos compartir”  Me acostumbré enseguida y compartíamos todo.                                 Estábamos contentos y felices, así de sencillo. Él, merece mucho.
Era carnaval, febrero, muchísimo calor. En el pueblo se festejaba carnaval, siempre y bien. Murgas y comparsas competían luciendo trajes de colores brillantes y entonando pegadizas canciones. A lo largo de  Avenida Artigas, resonaban los tamboriles, lo hacían rumbo al tablado principal, en la calle José Salvo. Todos nos conocíamos en el pueblo y algún forastero atraía las miradas. Eso pasó con aquel suntuoso auto negro en cuyo interior y pese a los malditos vidrios polarizados, se adivinaban formas de proporciones grandes.                                              En un momento determinado, una ventanilla delantera se abrió y salió un sombrero modelo tejano, claro y amarillento. Su dueño sacó una mano regordeta luciendo un anillo de oro. Se rascó su rubicunda cara mostrando sus ojos saltones, inyectados en sangre. Miró fríamente. Su mirada me produjo una especial inquietud. Últimamente, eran demasiadas las situaciones ‘anormales’ que me sucedían. Sus ojos enrojecidos, voltearon  deliberadamente hacia mi casa. ¿Por qué lo hacía con tanta atención?    ¡¿Y qué quería aquel otro rubio, de ojos celestes, vestido pulcramente son saco cruzado azul de botones dorados, que una mañana llamó a mi puerta y cuando lo atendí, preguntó acerca de cualquier cosa, pero por sobre mi hombro miraba el interior de la habitación?! ¡¿Y aquellos otros dos, qué mientras yo daba clases particulares a mis alumnos, irrumpieron al salón de mi casa y se retiraron pidiendo disculpas porque dijeron: ‘haberse equivocado. . .’?!                                                             Todo era confuso, pero verdaderamente yo, no reaccionaba. Ni siquiera sospechaba que mi vida estaba tomando un rumbo inexplicable.                    También mi esposo estaba cambiando. Ocupaba todo mi día, en clases, tareas del hogar, aunque pensaba en el tema, terminaba convenciéndome que eran imaginaciones. . .                                              Ciertas personas habían comenzado a frecuentarnos, nunca habían sido de nuestra amistad, pero me alegraba saber que nos rodeaban con amabilidad y cariño. Ahora, ya sabía que algunos formaban parte del “Movimiento”        y . . . nos estaban reclutando. En esa tardecita de febrero, carnavalera  y tórrida llegó Santiago y pidió para ver a Perico urgente. Hablaban animosamente, pero en voz baja.                     ¡Se abrazaron fuerte! Yo interpreté una despedida. ¡Fue!                                                                      A partir de ese momento, todo se desarrolló en  una pesadilla, verdadera.                                                                        
La huida                                                                                Santiago se fue apurado, no me dijo siquiera, adiós. No miró para atrás. ¡Él tan atento y servicial!  Perico, comenzó a explicarme que debía irse ya. Frente a mi planteamiento de ir con él, adujo  que no podía acompañarlo. Ni siquiera podía decir donde iba. Pausadamente, en voz más baja que nunca, me lo decía. Con seguridad, aguantaba el llanto.                             En mi vida, tuve escasos afectos familiares. Murieron mis padres cuando tenía veinticinco años, era muy amiga de ellos. Mi hermano y hermanas, atendían sus propias familias o estaban en el exterior del país. En mi casa paterna, quien me acompañaba era él. No quería separarme por ningún motivo del mundo. ¿Adónde iría, qué podría hacer sola en mi casa? Pensé, rogué, lloré, su decisión: ‘irse’. Entonces tomé un bolso de cuero negro y recuerdo que solamente puse mis documentos, el dinero en efectivo que había en casa y una muda de ropa interior.  Cuando cayó bien la noche, salimos los dos caminando. Salimos del pueblo, recuerdo con gran dolor haber pasado a metros de la casa de mi hermana S. Miré para la ventana de su cuarto y la imaginé acostada, ella había sufrido un accidente cerebro vascular que la había dejado sin habla y con lesiones motoras en su perfil derecho. Apenas podía contener el desgarrador llanto, que hasta hoy vuelve a mis ojos. Hubiese querido abrazarla fuerte, decirle que volvería, pero. . .ni yo misma sabía hacia donde iba, o a qué iba. Lo intuía e interpretaba. ¡¡¿Dios, por qué no pude en ese momento decidir otra cosa? ¿Tuve miedo? ¿Me faltó decisión?¿Tuve vergüenza de parecer débil y estúpida?!!!                                        Sin embargo, el valor: ¿cómo se mide? Yo creo, alimentado por cada situación que fue marcando mis días. Después de caminar bastante tiempo llegamos a una casa en medio del campo (al menos eso me pareció en la oscuridad), nos recibieron dos personas. Un hombre de fuerte físico y muy bien parecido, junto a él, una mujer joven, bonita y muy amable, estimo que en esa casa habitaban niños pequeños. Tomamos mate y comimos algo. Dormimos sobre un colchón en el suelo. Permanecimos allí, unos pocos días. Había transcurrido el tiempo y mi razonamiento casi anulado no comprendía que sería de mí. A la vez entendía que ya no podía volverme atrás. Evidencias, me hacían detenerme a pensar que, de alguna decisión que fuese a tomar, muchas vidas peligrarían. Una noche, salimos de aquel lugar un grupo que se había reunido allí. Además de mi esposo, creo que iba ‘Santi’, estimo que éramos cinco o seis personas y sobre nuestro, la noche. . .,   ¡. . . otra vez la noche! Caminamos un larguísimo trecho. Cruzamos varios campos y alambrados, en uno de ellos, de púas, la piel de mi pierna se enganchó produciéndome una herida profunda y seguí, sin quejarme. Todo era oscuridad y árboles, eso era nuestro rodeo. Pude adivinar que estábamos a la orilla de un camino largo y ancho gracias a la luna que dejó su huella en el firmamento para atesorarnos a nosotros.                                                Determinado por un momento, una indicación de alguien, hizo que debiésemos permanecer agachados y en silencio. 

SEGUÍAMOS  frente a frente. Ambas, en un inconsciente dentro del otro, yo en ella, en el recodo. . ., entre. . .; cuando giré mi cabeza para mirar los espinillos que también me cobijaban con algún tenue capullo amarillento, ella, ¡ yo misma en el agua, casi desapreció! Evidencia que se había molestado. Quería seguirme contándomelo. Se había dado cuenta de mi interés por el árbol. La vi de nuevo cuando miré el agua.                                                                                                ¡. . .!   ¡yo!  ! . . .¡  !. . .yo misma!  y el consciente de las dos, aunque solo hablaba del de ella, el                   mío. . ., en ella decía. . .,                                                                             prosigo entonces. . .:                                                     
El silencio, ese apoderado nuestro, rompió:                           ¿qué. . .? Hacernos escuchar casi sin ruido. De la misma forma, sin hacerse escuchar casi sin ruido, una moto. Se bajó un hombre joven, conversó con ellos. Yo permanecía a distancia, evidencia de que no quería saber de la conversación. Fue un instante, entendí que todo lo que puedes hacer con tu estructura, es ser, su testigo. ¿Estaba lista para dejar de tener una participación en el mundo y que fuese tan estrecha que pudiese definir en ese lapso de tiempo, los confines de lo mío, de mi propio yo? Pensé diminutivamente en mí, seguramente que mis ansias de volver, se concretarían. Yo, lo había manifestado. Una experiencia al ingresar, no le dejaba lugar a otra, son jueces que la vuelven cotidianamente,  positiva o negativa, correcta o equivocada. Y esa manifestación fue al universo, él, danzaba conmigo entre mis creencias.  Nuevamente no dejaban que enraizara mis creencias de volverme. Esta vez otro ruido a motor. Más fuerte, más intenso, poderoso. - ¡Todos detrás de los árboles! -  El muchacho de la moto aparentó estar arreglándola y se agachó para no mostrar su cara. Era un camioncito. No muy grande. Se detuvo. Se me paralizó el corazón. Cambiaron palabras.                            Supe. Era una contraseña.
El viaje
Recuerdo muy bien las órdenes. Acostarse boca abajo en la caja del camioncito, uno al lado del otro. Así lo hicimos. Tomé a mi esposo de la mano fuertemente. Sobre nuestro, a unos treinta centímetros, armaron un enrejado de tablas anchas y fuertes, dejándoles entre ellas espacios libres entre unas y otras de manera que circulase el aire. Sobre ellas, tendieron cajones conteniendo frutas y verduras. El vehículo echó andar con su ruido de motor viejo y el traqueteo de los cajones sobre nuestras cabezas, iba desgastándonos. Si  hubiésemos hablado, deberíamos de haberlo hecho a los gritos. De manera que casi no se efectuó tal condición humana. Mi mente, que no es lo mismo que mi espíritu, no entendía muy bien todo esto. Callaba, con ello no lucía floja y el grupo ensamblado, no decaía.                                Por fin el motor se detuvo, mi corazón, casi. Escuché el trinar de pájaros. Nos ayudaron a bajar y olí fuerte y profundo el aroma inconfundible de la tierra húmeda por el rocío. Estaba aclarando. Entumecida, mis piernas flojas apenas apoyaban en el suelo firme. En mi derredor, el paisaje se presentó entre dos luces. Dejaba ver una ruta buena y ancha, bordeada de campo, montes. . ., soledad. Nada indicaba la presencia de casas cercanas o animales. El camioncito arrancó y se fue. Esperé callada. Esperamos callados. Desde los altos yuyos que bordeaban la ruta, ¡de pronto! apareció un hombre, fornido, morocho, me enteré de su seudónimo dentro de ese silencio mórbido, recto, que me había impuesto, el Negro M. Baqueano de monte adentro, nos fue guiando entre pastizales que a veces nos llegaban a la cintura. Después de caminar un largo rato, llegamos a un claro, bajo árboles muy tupidos.      ¡¿ Más gente?! Carpas, mochilas. . .Era. . ., era,un campamento. Había, armas, largas, cortas. Bueno, pensándolo bien en todas partes hay armas. ¿O no? En guanteras de automóviles y taxímetros, en el cinto de militares y guardiaciviles, en las carteras de las damas, encima de roperos en las casas, en manos de los niños en la calle y de estos en las escuelas, en el Medio Oriente, en masas religiosas, centros de Altos Estudios Primarios, Secundarios y Universitarios dentro de Estados Unidos de América, en Cuba, en la Escuela de las Américas en Panamá, en el FBI, en la Escuela de Represión de Francia, se venden, se compran, se cambian, se roban. . . Se trafican para comenzar guerras. El negocio de la guerra y de las guerrillas. . . Me di cuenta allí, pues pregunté a alguien, ¿qué era esto? y me respondió: ‘ ¡nos están buscando!’  Empapados, sentíamos frío, frío. . ., miedo y mi cuerpo comenzaba a dolerme, nos quedamos en esa zona,                                                 que más tarde supe, que es llamada ‘El Espinillo’ y que estaría plagadas de víboras de varias especies. Igualmente nos quedamos allí, por un tiempo. Esto es: ¡PASAR  A LA CLANDESTINIDAD!!!  ¡Dios mío. . .!!! Rezaba en silencio, ¿a quién. . .?¿ qué rogaba?, no lo sabía.                                                                   El viaje fue sin interrupciones, largo. . ., . . .lento. . .

AQUELLOS trinos de pájaros, gorjeos, cantares de palomas. . .; ¡dónde debía permanecer alerta. . .!!! Aunque yo la escuchaba y el río había comenzado a redondearla y ahora la veía entre ondas, como si se hamacara en ese lecho de agua cada vez más amarronado, a los saltitos me seguía contando. No obstante, estos pasos de vida mental, recién comenzaban y cultivaban mi mente al exponerla al campo, de la mente misma. La veía, fija en mi cabeza y cuando estás en esas condiciones, estás aferrada a su energía, a la energía de tu interlocutor válido. Yo,                                       en el agua. No quería eliminar esa energía de ella desde el átomo compuesto de una molécula de oxígeno, vital, y dos de hidrógeno, necesario, no lo quería hacer por medio de sueños, análisis, imaginación, desahogo emocional, recuerdo profundo, confesión. . . quería poder trasmitirlo desde el amor y eso era ella y mi misma conciencia. Por eso te sigo contando, debido a que tenía mucho rato para enamorarnos y contártelo. . .

La estancia. . ., en guerrilla
Cerca del campamento, había un arroyo barrancoso cuyas dos orillas yo veía. Recostado sobre una cobija, estaba un hombre que parecía alto. De cabello, bigotes y barba rubios, ojos azules serenos, aunque observadores. Se destacaban sus botas altas y su chaqueta de estilo militar. Se paró de inmediato. En sus manos llevaba apretado un libro de tapas negras. Se me antojó una biblia.  Realizábamos presentaciones de cortesía, aunque con seudónimos. Él dijo: ‘Ezequiel’. Cordial y decidido, preparó el mate y algo para comer.  Había por allí cerca una coqueta carpita que el compañero ‘Tato’ compartía con su embarazada compañera y que para todo el resto era infranqueable, incluyéndome. Tenía, los dos pies llagados de caminar. Por el momento, no había acceso para lavarlos y curarlos, sentía muchos dolores, pero. . ., al parecer, cosas que merecían más importancia que ello, se estaban abordando. Hablaban del futuro, de hechos, situaciones, inentendibles para mí.                                        Se esperaba algo importante, que se demoraba en llegar. Allí, en el campamento existía un botiquín equipado con lo necesario. Totalmente práctico. Nunca en mi casa se me hubiese ocurrido en tan poco espacio, armar uno con lo imprescindible y aprovechar cada centímetro del mismo, para necesidades rápidas.         El tiempo era. . ., tirano por momentos y sobrante por otros. Nunca sabías cuando ibas a ser necesario para la instancia adecuada.  En esos sobrantes de tiempo en los que yo creí, no lo eran tales, con mucha displicencia y astucia se nos enseñaba no sólo armar el botiquín, también a cómo armar un bolso o mochila para viajar con lo necesario y sin esfuerzo inútil. La practicidad y simpleza de la vida en esos momentos aprendidos, nos hizo de gran utilidad a lo largo de ella para quienes quedamos sobreviviendo.                                                                        Ya lo venía viendo. Lo que al comienzo fue un simple trayecto de campo, creyendo en vivir la vida romántica, se fue transformando en la preparación para: “¡LA GUERRILLA!”                                                            Como en toda organización, en esta también había grados, toda novedad, había que comunicársela a quien correspondiese para que se decidiese que se haría. En el adiestramiento militar, muy obsoleto, aunque muy eficaz para nosotros en aquél momento, sucedió lo mismo. Viajar con lo imprescindible, no llevar cosas por las dudas, practicidad y comodidad, son elementos para circunstancias tan especiales, imprescindibles.                                                                 Mientras fueron pasando los días, permanecía sentada todo el tiempo posible.                                              Mis pies, seguían haciéndome de las suyas, no obstante, los colocaba en un tacho de agua caliente y sal. Al sacarlos, los dejaba que se secasen con el aire, suavemente. . .No podía pasarles otra cosa que sulfatiazol en polvo, y alguna pastilla para prevenir infección, hasta que las heridas sanaron y volví  a calzarme.                                                                                       Al lugar, bajo los árboles, seguían llegando compañeros. Algunos conocidos, otros no. Alguien, un día, trajo un diario capitalino de gran tiraje con fecha atrasada. Con ello, nos enteramos que éramos “BUSCADOS”.                                  Decía allí, que en nuestro domicilio, mi casa paterna en donde vivíamos con mi esposo, se habían encontrado entre otras cosas consideradas de importancia para la policía: ’GRAN CANTIDAD DE ARMAS’.                                                   Se mostraban varias  fotos, allí se apreciaban armas largas y cortas paradas contra una pared y alineadas sobre un trapo oscuro en el suelo. En otro ejemplar, también con fecha atrasada pero diverso del anterior, se volvían a reiterar las mismas fotografías, sólo que ahora con un domicilio distinto al nuestro. ¡Jamás había visto eso en mi casa!  No obstante, en el diario nombrado en primera instancia, aparecían también, tres fotos de tamaño regular. Una era del Dr. Gustavo L. pero con el nombre de mi esposo, otra era de mi esposo pero con el nombre del Dr. Gustavo L   y la última era la mía, con mi nombre.  En ese entonces, el gobierno militar de turno, censuraba informaciones de todo tipo. Prohibidos, existían: ‘términos’, ‘palabras’, ’partes’, ‘crónicas’, ’emisiones, (radiales y televisadas)’ ‘temas (políticos, musicales, etc.)’ ‘grupos (políticos, filosóficos, culturales, musicales, teatrales, etc.)’, ‘fotografías’, ‘cine’ y. . ., la vida misma. La decisión era ‘maquillar’ o ‘corregir’ todo que tenga relación a la comunicación.                                                                         Para mí todo esto era gravísimo. Desconcertante. Reiteré cuantas veces pude mi intención de irme. A mi esposo lo veía muy poco. Cada uno tenía su tarea asignada, horas ocupadas. Él andaba con otros hombres, lejos del campamento y montaban guardia en distintos puntos. El destino es algo que se tuerce, a veces, pero no se quiebra, sino con la muerte. Entonces, intenté escribir unas líneas a mi hermana, lo hice. Jamás supe quien las llevó y ella nunca supo quien era que se las entregó. Así de compartimentado era todo. Esperé su respuesta. . . Reflexioné: ¿¡qué podía hacer ella que ni siquiera sabía en qué andaba yo metida!? Sólo deseaba verme libre y tranquila.                 No. . .pudo. . . s. . .                        El monte era muy sucio, arbustos y árboles achaparrados y llenos de espinas. El cielo casi no se veía. Días calurosos, largos e iguales.               Seguíamos allí.


DOS PERSONAS. En mí, deben de tener visones diversas del mundo. Pero en el amor que nos sentíamos las dos, yo acá, sentada en la barranquita bajo la naturaleza de ella misma, que no se ahogaba en el agua, al contrario, flotaba y me  seguía, evidente:   yo,  inconsciente en su consciente.                                                                                        La imagen de esa mujer acuática, ha entrado en mi mente como información procesada por medio de mi ojo, era como esa información melódica pegajosa que queda en ti durante horas, a veces días, haciéndote mucho bien. Eso era ella en mí, un ejemplo clásico de conducta de mente, pero inconsciente porque no puedes deshacerte de ella. Aquí, en la firmeza, yo en postura de flor de ceibo desplegada en su totalidad y ella con su carita animosamente sonriente, como la misma flor pero en el agua, nos afirmamos mutuamente que la forma de la inteligencia, consiste en observarte a ti misma sin formular juicios.  .  .                                                                                      Hasta que me dé cuenta que vengan pasos a relevarme. . . La historia sigue. . .



Campamento
Nunca supe que se esperaba. Algunos comentaban que: “¡órdenes!”. Algunas noches, llegaban otras personas que no estaban a  menudo en el campamento. En rueda conversábamos durante largas horas. Nunca supe, quienes eran o como eran interiormente. Yo. . ., me mantenía con prudencia a cierta distancia, no podían decir que no estaba allí, pero tampoco demostraba, rehuir.  Normalmente, lo hacían a cierta distancia de las carpas y hablaban en voz muy baja. El ánimo se notaba bajo, pero, pienso que tal vez, todos nos sentíamos presos de nosotros mismos. ¿Seríamos rehenes quizás, de algunos que, sentados cómodamente elaboraban teorías, programas, proyectos. . .?      A veces dándome vitaminas espirituales, hablaba muy, pero muy bajito, saliéndome palabras por entre mis dientes. Eran para mí. - El género humano no depende del contenido de sus ideales. Idealista es perseguir quimeras, las más contradictorias, siempre que, contengan un afán de enaltecimiento - Me hablaba - Tal vez, todos quienes estábamos allí, distinguíamos desde la observación social entre lo malo y lo mejor que imaginamos para la sociedad. Seguro, que teníamos ideales, aquellos que no los poseen podrán apreciar él más o él menos, pero nunca sabrán distinguir lo mejor de lo peor -                Y me dormitaba en el pensamiento. Los que venían, como llegaban, se iban. En silencio y perdiéndose en la espesura y oscuridad.                                                            En mi cabeza confundida, no tenían más cabida las ideas de cómo salir de ese lugar sin arriesgar las vidas de esas personas, cuando no, la mía.                       Están en mi recuerdo, pues todos éramos buscados: Manuel, Perla, La Peti, Conrado, Cacho, Tomás, Cristina, Perico (mi esposo) Vicenta (yo), Esneldo, Ismael y otros tantos que pasaban. No obstante; Perla siempre sonreía, Cristina miraba entrecerrando sus oscuros ojos y nunca de frente, La Peti hablaba ligerito y daba ánimo hasta un muerto, además de su buen sentido del humor; no me tenían muy en cuenta. Parecían no tener simpatía hacia mí. Cada vez que podían, me lo hacían sentir. Tal vez, me consideraban floja. Pero aún así, debíamos tratarnos con corrección y ayudarnos siempre que fuese necesario. Recuerdo cuando me tiñeron el pelo de un tono rojizo muy fuerte, mi cabeza parecía una llamarada. Lamentablemente, nunca pude saber, o no lo tengo muy claro, si no había dos o tres campamentos, ya que no todos estaban siempre con nosotros. Sin embargo, el nuestro, varias veces, hubo que cambiarlo de lugar. Este campo con monte alberga enorme cantidad de ganado, pero al campamento no venían, pues el pasto era muy ralo, lleno de piedras, nosotros, salíamos a buscar sus lugares de reunión o abrevaderos, así no quedaban rastros humanos, por si nos buscaban.                                                   La situación se tornaba cada vez más difícil. En una cachimba cercana donde las ramas de los árboles, eran muy frondosas y con florcitas pequeñas, caían sobre el agua. Allí también, me metía al pequeño pozo, higienizándome con  jabón de lavar ropa. Recuerdo un día de ese verano insostenible, a la hora de la siesta, cerca de esa cachimba, donde de pronto, sobre mi cabeza un ruido sordo y lejano me alteró. Asustada, vi sobre mis brazos, montones de avispas coloradas, que de seguro tenían su camoatí en alguna rama cercana. Me llevo muy bien con ellas, pensé. No sé si el miedo o la prudencia me aconsejaron de no matarlas, ni moverme.                                                    Jamás me atacaron. Es la siesta del campo. Se comía poco. La comida y el agua eran acarreadas al campamento en raciones y bidones. Para mí era dificultoso, pues casi no como carne. Por otra parte los demás, se alimentaban también, cazando liebres o aves del monte.  En tanto a mí, se me notaba mal y adelgazaba. Un día noté que mis pantalones se me caían, cuando pude mirarme en un pequeño espejito, casi no me reconocí. Asustaba mi cara. Siempre fui más bien, menuda, pero sana y de buen color. Mi rostro, estaba color tierra, ojeras marrón-violáceas y mis ojos brillaban como dos brasas. Una de esas tantas noches llegó un  compañero médico ‘Nichi’ y nos explicó como tomar agua sin purificar. Al agua se le agregaba unas gotitas de líquido carrel o unas piedras de cal. Era una solución para emergencias. Con sed, terminábamos tomando el agua de la cachimba ‘de las avispas’, así la bauticé. Debíamos evitar diarreas. Igualmente, a veces no dio resultado y tuve que ver a mi esposo, tirado en el pasto casi sin poder moverse, durante varios días, con una de estas diarreas. Aprendimos a realizar nuestras necesidades fisiológicas, donde fueran más conveniente, claro siempre al aire libre, no obstante, se nos aconsejó defecar o acarrear las defecaciones y los papeles, colocándolas debajo de una bosta de vaca y taparlos con ellas.  En esto de la alimentación, aprendí a recoger del borde de una corriente de agua, una verdura que los europeos y navegantes extranjeros utilizan muchísimo, ‘la verdolaga’. Entre otras verduras, también descubrí ‘el diente de león’, combinándolas con otras en ensaladas son exquisitas y producen muy buenas vitaminas al organismo. Supe que: ¡ambas, en nuestro país, son comidas para pájaros!                                   De tarde en tarde nos llegaban noticias, que no siempre serían ciertas, acerca de procedimientos en nuestros hogares, detenciones y persecuciones a familiares y conocidos. Allanamientos a cualquier hora de la noche, destrozos, amenazas y robos. También descubrí que las mentiras, tenían su propio libro de gran tiraje. Fue y es, una terrible pesadilla.                    De alguna noche me servía, para extenderme en el pasto, me tapaba con una frazada y miraba el cielo tan profundamente, que su oscuridad y estrellamiento,- el mismo de siempre, el de todos- hacía que me acongojase de manera que mis lágrimas, con  su sabor saladísimo, me ahogasen de tal forma, que me obligaban a pensar,                                     a preguntarme y no saber responder:                                      ¿perseguidores?, ¿perseguidos?, ¿por qué un puñado huía y otro perseguía?, ¿quién o quienes, deciden cuáles son los buenos y cuáles son los malos?, ¿por qué o cuándo, se es de una u otra condición?, ¿haciendo o dejando de hacer qué cosas?  Deberíamos de aprender a manejar los tiempos, las situaciones, los impulsos, pero por sobre todo: ¡deberíamos aprender a respetar la vida de cada ser humano, y esto, es para todos!!                                          Si es válido como respuesta: ¡Al final de tanto dolor, todo es en vano, se acaba siempre, ‘conversando’, ‘negociando’!!                                                                  Sería que en la evolución humana, ¿los ideales se mantienen en inestable equilibrio? Estos impulsos sociales nacen de la juventud, jamás de los seniles y de aquellos que no sueñan.                        Veía en nosotros eso de ser esquivo, conllevado a la rebeldía y nos resistíamos o pretendíamos hacerlo, demostrándoselo a los dogmáticos sociales que oprimían al pueblo.


El último campamento
Éste, en el que estábamos, ya se estaba ‘quemando’.                                                                              Miedos y más miedos. . .                                                              El aire parecía insuficiente. Se siente algo inexplicable, distinto. Transpiras mucho. Sentimientos de debilidad, soledad, pertenencia agobian mis tiempos. Miedo a las alimañas del monte. Mirabas el suelo cubierto de vegetación y dentro, patas velludas, o peludas qué más da y extraños cuerpos invertebrados donde el abdomen rozaba el suelo y esos ojos y esas antenas, se paralizaban delante de ti  y esperabas minutos. . , horas y por detrás, encontrabas serpenteantes, cilíndricos cuerpos de  lenguas bífidas apuntándote como arma blanca, que no es de tu juego. ¿Ofensivas o inofensivas?                        Otras veces, observaba grandes lagartos durmiendo al sol o deslizándose entre las piedras. Hormigas, ordenadas en fila acarreando hojitas y pasto para su reserva invernal. Así muchas veces te dormitabas a tientas con tu seguridad, con la lejanía de tus compañeros. Cuántas veces veíamos cimbras donde cazaban pavas del monte para el consumo. De este campamento recuerdo las guardias muy lejos de él, sola  y de noche. ¿Querrían curarme el miedo? ¿Tal vez castigo personal? Si pensaban que de mí dependían sus vidas. . . Me estiraba en ese suelo que les narré recién, mirando la oscuridad, el reparo de los arbustos, las horas eran instantes, mi vista hasta se había acostumbrado y veía en el cielo pájaros nocturnos. Lo hacían sobre mi cabeza, moviéndose inquietamente. ¿Ellos, también me observarían? Vestíamos de oscuro o verde pasto, preferiblemente. Una noche se desató una tormenta y llovieron cataratas de agua intermitente. Un viento huracanado arreció con la guarida. Quedamos un grupo de gente calados hasta los huesos, sin víveres, y cobijándonos bajo un nylon. Todos temblábamos, horas largas, algunos en silencio, otros esforzándonos en levantar el ánimo. La realidad era durísima. Olores, temores sin explicación, yo misma la había elegido. Nadie sospechó que las cosas se irían dando de esta manera. Nunca pude saber quién o quiénes habían armado todo esto. Parecíamos un grupo de gente tan diferente que me decía somos “los locos de la guerra” En esa locura de inmersión cotidiana, llegué a ver armas largas, cortas, tratadas con especial atención, limpiándolas cuidadosamente, engrasándolas, desarmándolas y volviéndolas a armar como un niño con un juguete. Cada uno portaba una y la cuidaba a ultranza. También se procedía a practicar ejercicios adecuados de gimnasia, teniendo siempre el arma encima y simulando tirar, aunque no era posible hacerlo dado que era en un lugar donde se pretendía estar clandestinamente. De esas prácticas recuerdo una en la que Cristina, compañera joven, alta y bonita, seguramente había olvidado poner el seguro a un arma larga, moderna, de vasto alcance, cuando de repente apretó el disparador y el proyectil cruzó el aire dejando sólo el silbido. Compañeros salieron a ver si algo anormal se notaba, regresando a las horas sin novedad. A partir de esa noche todo cambió, viviendo en constante alerta.  Otra noche, llegaron apaciblemente otras personas.             Mi atención se desveló por una muchacha, joven alta y elegante en su porte. Sus ropas negras, pantalones y botas largas, cinturón modelo rastra criolla con detalles en plateado y como correspondía, dos armas, una sobre cada cadera. La escasa luz del campamento no me permitía ver sus rasgos fisonómicos aunque denotaba blancura. Junto a ella vi  a un primo de mi esposo, ’V.C .’,  al gordo ‘C’ con una mochila de dónde sacó  una bolsa de nylon  con algunos kilos de leche en polvo, para nuestro uso. Junto a ellos llegaron otros compañeros a quienes desconocía. Me había autoanalizado a fondo. En soledad.  La conclusión: “Yo no  serviría para estar en esta situación”. Se lo expliqué a mi esposo en una de esas que nos encontramos. Le dije concretamente que yo no servía para estar a las órdenes de determinadas situaciones o personas. Sentado en el suelo me escuchó junto a otro compañero que, él trajo allí. Me tranquilizaron diciéndome que me llevarían a un lugar seguro y que me sacarían del país. Así como venían se iban. Una mañana, debimos correr hacia los árboles cercanos. Tirarnos al suelo. Permanecer quietos. Dos o tres helicópteros nos sobrevolaron ‘peinando’ el lugar. Controlándolo. ¿Quieres que te cuente qué sentís cuando te sobrevuelan? Es el miedo.                        Empecé a conocerlo, bien de cerquita y nunca más me abandonó. Tener miedo, no es delito. Aunque éste, es diferente a todos los demás. Es: ¡maldito! Te arrastra a lo desconocido. Y le da la mano al peligro. ¡Y allí sí! Este último, no te permite: ¡pensar, qué hacer, dónde estar, adónde ir!


VICENTITA como yo la había apodado a ella. Me mostraba sus ojos de sueño, como si los tuviese llenos de lagrimones eréctiles, prontos a reventar. Le hablaba. ‘No te duermas amiga, el sol nos deposita en el bagaje de recuerdos que  eran estrictamente  veraces.  ¡Vicentita, cuando salgamos de esta situació0n, prométeme, ser ambas que nos encontraremos quien sabe donde para vernos de nuevo, en cualquier circunstancia, buscándonos y abroquelándonos para seguir nuestra odisea!!  ¿Sí. . .?                                                      Rodeada de espinillos en el monte, mis sienes abultadas de tanto temor, miedo. . ., o. . . tal vez miedo no; tal vez. . . ., gallardía de juventud, junta a reventar pero que no sabría como despachármela, me intrincaba el dolor de saber que había sido creada con  antelación por mi propia conciencia. Era imposible escapar a la presión por afianzar una visión de país, o la otra. Se sostenía, en tanto los militares nos desprecien nunca nos marcharemos. Daba por sentado que nada había ocurrido en mi cerebro. Pero me lo había impuesto en aquella decisión: “lo sigo a él, es lo único que tengo”.                                                  Vicentita se amodorraba y yo le hablaba: ‘Nuestro primer beso fue la impresión de la durabilidad y se aplica a nuestra experiencia mental, sin embargo, hoy ser testigo de esto, me permite ver con mi inteligencia los conceptos de ganar o perder’.             Ella, se me estaba yendo, o mejor dicho el propio sol me la llevaba a la sombra, que los sarandíes le cobijaban. Así que quedaba poco resto para vernos con ternura y devoción. No obstante siguió en voz muy baja, inaudible. Tuve que arrodillarme, casi perdí mi arma en el agua y la escuché por última vez, de este, nuestro primer encuentro, ¡quién sabe cuándo será el próximo!, decirme, todo esto que faltaba hasta que . . . . . . . . . . . . .:
  



El abandono
Ese anochecer, empezaron los preparativos para abandonar el lugar. Hicimos un  bulto, con las pocas pertenencias de individuales y otro adicional, cada uno, con cosas comunes. Se llevaba encima, lo verdaderamente imprescindible, para emergencias. Una vez que estuvo todo listo y el lugar limpio, nos sentamos al oscuro a esperar. . .Estaba prohibido fumar. Conversábamos con voz apenas audible. Recordábamos nuestras vidas, nuestros seres queridos, éramos sin saberlo, un grupo de condenados. A cualquier hora de la noche o de madrugada tal vez, alguien dio la orden de comenzar a caminar. Cruzamos campos arados, difícil esta tarea, duelen los pies, se tuercen los tobillos, mientras la luna con total plenitud nos allanaba el camino, la frágil tranquilidad fantasmagórica del campo rodeando el monte, quien sabe que nos depararía. La situación daba comienzo a mis sospechas, andando en silencio y casi sin movimientos, cerca nuestro y sin alambrados había un toro echado bajo un árbol. Graznidos de pájaros nocturnos, tal vez, aquellos que me rodeaban en mis guardias nocturnas, eran evidentes, aunque no delatores. El croar lejano de alguna rana, pero nada más.  Hasta llegar a otro sitio donde nos volvieron a detener. Uno nunca sabía cuánto tiempo pasarías en dicha parcela. Como había pocos víveres y no llegaban, se especulaba con las posibilidades de: estaría vigilado el camino, sería negligencia de los encargados suministrarlos o. . .sería falta de transporte. Esto último podría indicar varias situaciones.                       Creo que fue un día sábado, de acuerdo a mi pobre manejo de fechas y días, cuando me desperté tremendamente angustiada, un nudo de congoja ocupaba mi garganta. El sueño o pesadilla que había tenido era: ‘veía en el suelo, sobre el pasto y la tierra, dos pequeñas fotos rotas. En una de ellas estaba la foto de mi marido y en la otra estaba mi propia cara y parada a pocos pasos de las dos fotos rotas, estaba la madre de mi esposo, toda vestida de negro y secándose el llanto mientras miraba las dos fotos. No lo supe interpretar. ¿Era una premonición?                                                                                   Al atardecer de ese mismo día, vino alguien que estaba de guardia con la inquietante noticia de que había parecido ver, casi admitía seguridad, un hombre anciano, alto, merodeando por entre los árboles.                                                       Inquietud generalizada comenzó a notarse. Reacciones: diversas. Agitadamente, nos dijo: ‘el viejo nos delatará enseguida, pues esa gente de campo le temen a todo’.                                                 Largos silencios quedos.                                           Miradas incesantes entre nosotros y hacia la espesura. Allí fumábamos un cigarrillo tras otro con la mano tapando la brasa del mismo. Sobre todo: especulábamos. Cosa mala si la hay en todos los órdenes de la vida.                                   En la noche se allegaron cuatro compañeros, uno era mujer. La recuerdo por su porte, su arma de gran calibre, su mochila a la espalda. Su soltura y frialdad. Intercambiamos miradas fuertes, las de ella como desde un plano superior. Nos presentaron. No recuerdo su nombre de ficción. Después supe que era Blanca Castagnetto, era una familia estanciera del norte del Uruguay. Su joven hermano Héctor, estudiante, fue torturado, y su cuerpo desmembrado y arrojado en las rocas de una playa de Montevideo, este episodio adjudicado al Escuadrón de la muerte, grupo parapolicial.                     Al otro día, me parece verlo, un anciano alto, con aspecto de sucio, metido en un overall gris desteñido, con solamente una camiseta frisada debajo del mismo y un rifle en la mano, nos espiaba desde detrás de un árbol. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .                                                                                                      . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .                                              . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .                                                                           . . . . . . . . . . . . . .                                                                                       . . . . . . .                                                                                                 




La emboscada; apresamiento
Me parece verlo. Ese  anciano flaco que no era me merecedor de portar, ¡ese rifle. . .! Sin embargo, en sólo segundos, nos rodearon los soldados. Parecíamos conejos atrapados. Oímos órdenes de nuestros superiores: ‘¡echar a correr!’, y así  lo hicimos. No obstante, era una reacción natural.  Cuando uno habla y no lo entienden de ‘¡cosa dantesca!’, eso es esta situación. No veía a mi esposo, en cuanto podía miraba hacia atrás, lo esperaba. . ., lloraba, pero alguien o una fuerza extraña me empujaba hacia adelante.         Escuchaba con                                                voz altiva y fuerte: ‘¡corre. . ., corre! Gritaba como una loca: ‘Espérenlo, por favor, no lo dejen a él solo’. ¡Pero nada. Nadie me prestaba atención! Todos corrían con dificultad por entre esos arbustos enmarañados, que arañaban nuestras carnes corporales con sus ramas y espinas. ¿Hacia dónde íbamos? Cada vez más rápidamente, con  desesperación casi desmedida, corríamos sin mirar hacia atrás. Cruzábamos zanjas secas, pequeños hilos de agua sucia y barrosa terrenos cubiertos de enredadera, donde no veíamos que podía haber debajo. De pronto. . .                                                                         Un camino con alambrados a sus lados, hacia allí fuimos, ¡ qué más daba! ¡Era lo mismo ir de un lado hacia otro! Éramos cuatro en el grupo. Allí, me percaté que mi esposo venía detrás corriendo hacia nosotros, con una mano sobre su estómago, como si estuviese herido. No recuerdo quien iba a la cabeza del grupo. En mi desesperación, gritaba continuamente: ‘¡Espérenlo, por favor! ¡No lo abandonen!’ Nunca supe que le pasó. Todos me gritaban                                                              a mí: ‘¡Corre por tu vida!’ Y. . . yo. . ., corría y corría. . . y corría. . ., aunque no se me despejaba lo de mi marido.                                                                  Todos llevábamos un arma, en mi caso, un pequeño Tala calibre 22 y un cinturón con balas. Después de cierto tiempo de llevar a cuesta un arma, pasa a ser algo tan familiar, que le aprecias, la uses o no, es te diría. . ., como un anillo. . ., ¿te pertenece verdad? Esto es así. Pregúntale a un soldado que le sucede cuando le cambian el arma por alguna circunstancia. Es algo muy curioso, el instrumento  tiene alma, se adapta a la mano del dueño y obedece a los más ligeros movimientos e instinto del poseedor. En mi cinturón, al que yo había encontrado en la espesura de ese monte sucio se leía la inscripción: ‘World War 1945, USA’. Hay muchas maneras de portar un arma, según tu costumbre. Cadera derecha, izquierda (para un zurdo), más abajo, más arriba, bajo la axila. . .                                            El desenfreno nos había apoderado. Las balas nos pasaban zumbando de derecha e izquierda. Rolábamos o nos tirábamos por el suelo para que no nos hirieran. En ese trágico día y a la luz de aquel radiante sol que nos iluminaba, vi un arbusto. En ese preciso                                  lugar y momento, creí oír la voz de mi padre, triste y queda, me decía: ’Tira el arma, ¡no dispares contra tus hermanos!’ Inmediatamente, me saqué el cinturón y tiré todo dentro del arbusto, frondoso y bajo. Detrás de mí, venía alguien, no supe quien era y nunca más lo sabré.  Las balas silbaban sobre nuestras cabezas. Casi por último arrastrábamos nuestros cuerpos reptando sobre el estómago a lo largo y ancho de un campo, el que había sido plantado con girasol, se había recogido el mismo y quedaban  en la tierra terrones y tallos espinosos que se nos incrustaban en nuestro ser. El infierno era allí. Cinco seres miles de balas y cientos de personas persiguiéndonos alocadamente, insaciablemente. . . ¡El fuego era tan cruzado!!! ¡Qué dantesca aventura!!!                                                                                            De un lado el ejército. Del otro la policía. Si se hirieron o mataron entre ellos nunca se va a saber. Si lo hubiesen hecho con alguno de nosotros seríamos titulares de la prensa hegemónica uruguaya. Levantaba mi rojiza cabeza teñida para mirar el operativo como se desarrollaba. Mi esposo me decía suavemente: ‘¡¡bájala o te la volaran de un tiro!!!’   Era el juego del gato y el ratón. Estábamos en pésimas condiciones físicas y morales, extenuados, cansados, desecho, asustados, ¡era la eternidad!!  Lloraba y gritaba: ‘¡¡por favor no corramos más y  entreguémonos!!!’ Hasta que, alguien de nosotros, levantando las manos en señal de entrega, dijo, más bien gritó:”NOS ENTREGAMOS. . .”  El fuego disminuyó. No cesó. Uno a un0 nos fuimos incorporando. Un tardío disparo le dio en una pierna al ‘Gordo C’, después de entregarse. Gritaban con especie de aullidos, como animales. Todos desenfrenadamente querían un galón más par su brazo u hombro. Muchos lo consiguieron. Nos hicieron desnudar. Los hombres en calzoncillos. Yo en bombacha y sostén. Descalzos. Sin mediar palabra, uno de ellos dijo: ‘Esto es lo que hace el Che Guevara con sus prisioneros’ Otro soldado grandote, de tez rosada, que seseaba al hablar, ‘Pelusa Gil’, me ofreció una galleta y  me enrostró: ‘¿¡No tienes vergüenza de estar desnuda delante de nosotros!?’ Contesté con una negación de cabeza a su pan y con mi voz quebrada, dolorida, aunque enhiesta en convicciones, sollocé: ‘¡Gracias. No tengo vergüenza pues fueron ustedes que me obligaron!’ Otro me interrogó: ¡¿El arma. Dónde está tu arma?! Respondí donde la había arrojado. Pasó a engrosar su botín de guerra.                                                                                               Nos cargaron en jeeps del ejército. Ruidos de sirenas y un paseo por calles de un pueblo desconocido, lo despertaron. En él,               vimos rostros mezcla de asombro con orgullo, de miedo con satisfacción, de infelicidad con frustración los menos y otros ¿seres humanos?, aplaudiendo.                                                                 Allí, dio comienzo el verdadero infierno. . . . . . . . . . .                                                                                                                                                
                                         . . . . . . . . . . . . . . .  . . . . . . . . .         
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HABIA CONCLUÍDO el primer restrego de vana sapiencia humana. Vicentita al igual que yo, fuimos capturadas por el maltrecho porvenir de las fuerzas que nos iban a brindar seguridad institucional. Nos habíamos  prometido encontrarnos en el lugar más adecuado y conveniente para las dos. Rodeada por todos y por nadie, era cierto que dentro de una carpa verde, gigante, me olí yo misma como un verdadero bicharraco espantado de lo que me sucedía. Mi verdad había sido echada y estaba a punto de ser menoscabada hasta no sé qué punto humano.   Precisamente, di comienzo a maduraciones. Responsabilidades de la madurez en su cotidianeidad de aprendizaje vital.                              ¡Lector!!            ¡Eh. . .!!              ¡Pshhhhh. . .; ¿ ya no basta verdad?!!!!  Ya. . ., no basta que cuente una acción, necesitas:                                                                ¿Quéééé. . .????                                                                             Tú lector, sexo. .., hobby, posición económica, eeedad. . . FAMILIAAAAAAAAAAAAA. . . . . ¿Qué necesitas. . .,             confianza???????    Siiiii, tranquilo, tranquilos. . ., sitúense como oyente. Escuchen, lean, no podrán imaginarse entonces. . . ¿cómo hicimos con Vicentita para comunicarnos??? Claro yo en este momento detenida y ella dentro de:  mí. . . . . . . . .  . . .             
                                                       . . . . . . . . . . . . . . . .
                                         . . . . . . . . . . . . . . .. .. . .. . . .
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oh. . .!!, de ti   que            ya eres           como nuestro hermano!!


LÉEME, soy yo no ella, te seguiré contando mis seguimientos honoríficos. . .¿quieres? A ella ya la encontraremos                                                                               ¡no se dóndeeee!!!
Primer día
Ese infierno era una unidad militar en Mercedes Departamento de Soriano, una de las unidades militares más antiguas de mi país, sino la más. Estos momentos, los relato intuitiva y deshilvanadamente.                                                     Bajados de los jeeps que fuimos, la simpleza primó. 
/////////////nosarrastraronaempujonespatadasgolpestalvezamífuealaquemásconsiderarondadoquedemíquedabapocoporpatearhastaunfrontóndepelotarisdondenospararoncontraunadeaquellasparedescabezatapadayoconuncalzoncillolargosucioatipodecapuchalasmanosapoyadassobrelaparedypiernasabiertasAcadaunonospegabaunsoldadoenlaspartesinternasdelasmismasparaquecadavezlasabriésemosmástantomeobligóeltipoytangrandeerasupie(porlosmenoscuarentaytrescalzaba)queterminórompiendomipiernaizquierdaAlmismotiempodecíanporqueríasyobscenidadesMientrasmerobabademicamperaunabilleteracondinerocomentándoleagritosaotrosoldado:’miráyatengoparacomprarmelamoto’////////////……………………………………………………………………………………………                                               ……………………                                                                                ……….
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A los varones:
¡les daban palizas sin parar . . .  . . .! ! (perdón, emito sollozos ‘antes de que me olvide’); venía uno y después otro, al fin ya se habían instalado con termos y mates en las gradas de la cancha de basket contigua al frontón, para mirar más cómodos el espectáculos. Ustedes también recordarán cuando estudiaban en el liceo a los romanos. Así haría el emperador cuando les ‘tiraban  los cristianos a las fieras’. Año mil novecientos setenta y dos, Uruguay. . . Los reemplazos eran: ‘cuando estaban cansados de dar trompadas’. Los que entraban, lo hacían eufóricos, era el caso de los soldados Maciel y Pouzo, que corrían u saltaban como payasos, con boinas y barbas para semejar guerrilleros. Después supe que esos días, fueron mese en realidad, los baños de la tropa, debían ser lavados continuamente con mangueras, para sacar la sangre y demás restos de los torturados. Todo se llevaba a cabo bajo el comandazgo del señor Marcelino Rodríguez, comandante de la unidad, secundado por el mayor Rombi. . . y muchos más.
La noche cerrada había dado comienzo.
Después de haber tenido la visita de un tipo joven, gordo, rubio y de ojos claros, tomando Coca Cola en cantidades asombrosas. En mi insano momento de no tormento, me satisfacía pensar que dentro de la botella, aparte de tener ‘la coca’, tenía también radicales químicos terminados en ‘ina’. En fin. . ., pasaba cerca me cacheteaba, constantemente; lo notaba como dije rayano a la locura. Me expresé mal. Todos estos golpeadores estaban en un estado de excitación que estremecían a sus golpeados. Coadyuvado a moretones, fisuras óseas, fracturas, roturas de venas interiores de nuestro cuerpo, defecaciones y orinas de tormentos producidos, nos enmarañaba la mente sensaciones como la sed, el hambre, sueño, frío, todo, me y nos vencía. Caía al suelo temblando, descalza, medio desnuda. . . Y allí me dejaban, tirada, ¡tiritando!!  Esta tortura psicológica, refinada, era de un perfil muy alto. Lo hacían para que yo viese, la carnicería atroz que cometían contra mi esposo y demás compañeros. Escuchaba sus gritos de dolor y los golpes secos sonaban en mis oídos, retumbando en el confín más límbico de mi cerebro. Pasaban los soldados pisándome los pies, me escupían encima, recuerdo entre mis momentos de lucidez a un sargento con una ligera cojera en una pierna cantándome porquerías coreado por las carcajadas de sus subalternos. Otro soldado pequeño, de cabeza plateada, me tapo con su capa cuando vio que estaba semidesnuda y temblando. . . . . . . . . .: ’en sus guardias nocturnas’. Pradito, así le llamábamos con verdadero cariño a  aquel otro soldado, al que he encontrado varias veces en la ciudad en que hoy habito y no he querido comprometer con mi saludo, ¡ojalá se dé cuenta quien soy yo!!  ¡Siempre fue muy humano ese hombre!!                                                                                      Todo lo referido a esa primera noche lo recuerdo lamentablemente, con demasiada claridad.

¡D A N T E S C O!!                                                                                                                     
                                 ¡H O R R I P I L A N T E !!
¡UNA LARGA Y HORRIBLE PESADILLA!!!!!!!!!!!!!!
                       ¡H O R R E N D A   H U M A N I D A D!!!
 Un velo.                        ¡Sí!!                               ¡Eso!!                                   ¿Me parecieron horas???                                                  O fue eso, mi cerebro cubierto de un velo espeso y entonces,              ¿¿¿¿ya no sabía de donde procedían los gritos desgarradores  que repercutían una y otra vez en mí y parecían arrastrarme hacia un hoyo oscuro, sin fondo?
En ese estado alguien me arrastró por el patio y me recostó junto a una pared, como un estropajo, al oscuro. Allí el ruido de un helicóptero, se aproximó tanto, que sentí guijarros y arena golpear en mi rostro.
¿Creen que una mente fragmentada puede poseer alguna vez la totalidad de hechos vividos en  tan  poco tiempo??????????? ¡ Y estos hechos!!             Pueden hacerte afirmar que ella, está abierta a experimentos reales, vívidos, o. . . te llegas a  preguntar tú mismo: ¿Experimentas la realidad o es una ilusión??
Noooooooo compañero, amigo. ..,  es imposible ser más abierto, o tratar de ser más real.
¡Eres real y en ese estado, luchas con tu yo, que tú mismo te lo dejas ver y lo trasmites, como un yo dividido!!! Debes abordar la realidad, intentando que tu mente abra caminos. Mirando la realidad del mundo que te rodea. Bajo sufrimiento. Aceptándolo como temporal. Debes disponer de tu identidad a cada momento, flexibilizándote, psíquica, emocional y físicamente. No intentes volver a tu yo verdadero. En la observación en silencio cambia ideas enraizadas dejando que esos yoes temporales te distraigan y no capaciten al inhumano con consignas perniciosas a tu intelecto.
¡Es difícil hermano!!!!                 Pero. . .
Nunca conoces exactamente el tiempo cronológico, te pierdes momentos, instantes, horas. . .,  ¿de vida???  No lo sabemos.                        Sé que tirada allí, me taparon la cabeza otra vez. Después de esos momentos a que hacía referencia, me llevaron frente de una carpita.
Llovía. En un pequeño charco de agua donde se reflejaba una luz tenue y mortecina:                    ¡CREÍ  VERLA .     .    .    .    .    .    .    .    .    .    .    .    .!!! IBA  a gritar:                   ¡VicentitaAAAAAA!!!                                 
Pero  reaccioné. . ., uno de mis yoes  me quería traicionar. . ., ¡pero no!     
Volví en sí.  Un hombre, con anteojos de armadura gruesa se inclinó sobre mí. Me auscultó, tomó mi presión corporal y dijo algo.                                                Yo le digo: ¡Doctor Duster, usted controlaba hasta cuándo uno podía resistir y aguantar!! El tiempo, delata sin intencionalidad, absolutamente ¡todo!!                        Dios, reviste con su alcance moral a la humanidad, doctor. . .                                                                                       Me empujaron dentro de la carpita. La cerraron por fuera. Era para una sola persona. Creí dormitarme, pero un  soldado vestido de civil, de grandes bigotes, enormes dientes, cara larga, flaco, pelilargo y lacio, de aspecto desprolijo y sucio, con movimientos nerviosos me preguntaba: ‘¿Dónde estaba la bolsa con el polvo? ¿Qué polvo era? ¿Quién lo traía?’       ¡REFLEXIONÉ!!                 Era una terrible tortura psicológica que por breves  intervalos de tiempo me la reiteraban.                    La reflexión que merece usted es:           ¡Ay Falero! seguramente que perteneciendo al S2 (Servicio que oficiaba en cada unidad en lo relativo a la ‘subversión’), iba usted a cambiar la historia de su pequeño país. Usted en forma conjunta con los hermanos Arrascaeta, el cabo 1ro Martínez, el cabo 1ro Eustaquio Sosa, el sargento Díaz, soldados Williman, Pouzo, Maciel, y muchos más que iré recordando; creían desempeñarse con eficacia en tareas encomendadas por sus superiores. ¿Y sus superiores, de quien recibían órdenes?
Por esos días aparecieron mujeres vestidas de uniforme azul, igual a las policías civiles;                   ¡pero es qué, en esta época, nunca habíamos visto mujeres policías civiles!! Es más, desconocía de que existiesen.                                                                                              A partir de ese momento, me pusieron en un calabozo. . .                                                                       Lo breve, lo momentáneo, la instantaneidad te hace pensar, en: “LA MUERTE”                                           Esa última instancia del campo mental donde la experimentación hace de nuestras creencias, sentir en el alma cuánto equipaje deberíamos llevar. Sin embargo, otra clase de experiencia, la que está por venir, hace que estés más allá de aquellas enraizadas, volviendo a que tus impresiones deriven en opiniones y juicios futuros que destilan hacia tu futuro una nueva CREENCIA: ¡TU VIDA NUEVA!!                                                       por ello mi mente fragmentada de entonces creó allí mismo, una totalidad de ser nuevo. . .
El viaje a . . .
Cuando uno siente aplacarse de todo tipo de tormentos, en esos momentos, vuelven a torturarte. Vuelven por si acaso ¿. . .viste?; allí nunca sabes tu destino. Tu destino de vida o de viaje, es igual. En este caso cuando me acomodaba dentro del calabozo. . . Vuuuueeellttaa         Alguien desde una especie de pasillo gritó: “¡Vámonos!!!”  Con toda la fuerza de sus pulmones. Entraron, pusieron mis manos detrás de la  cintura y. . .    :    . . . alambres, y más alambres rodeando mis muñecas destrozadas.                                Al incorporarme: capucha, sucia, sanguinolenta; luego: “¡SUBÍ, SUBÍ!!   En esta forma, dentro de un camión íbamos muchas mujeres y hombres.           No nos veíamos. Reconocí con fragilidad enfermiza de pulmones, la tos de mi esposo. Había escuchado, presenciado en silencio y oscuridad las torturas hacia él, lo suponía con sus débiles riñones rotos y su hígado resquebrajado.  Viajamos varios kilómetros, no sabría en ese momento, por lo antes dicho, que tiempo horario se empleó en el viaje.                                                                                 ¿Hacia dónde nos trasladaban??? ¡Vaya uno a saberlo!! Pero. . ., como en esta vida todo se sabe. Cuando llegamos, supimos, era: ‘El cuartel de Caballería de la ciudad de la Santa Trinidad de los Porongos, capital del departamento de Flores’. Al arribo, de él no supe nada más. Sólo recuerdo en mi estancia solitaria, ladridos de perros, perros grandes, pues el ladrido del perro chico es diferente, más fino, más agudo. . .; escuché por momentos perfectamente, cómo arrojaban a los mastines a aquellas personas humanas del sexo masculino. Pasaron los días y dieron comienzo las interrogaciones. Gente de Montevideo, eso sí se supo, vestidos de soldados para despistarnos, eran quienes nos preguntaban de forma periódica, torturándonos de la forma que creas más cruda.                                                              ¡Cuartel de Flores, otro lugar de terribles torturas!!  Todos, estábamos prácticamente desnudos. Una policía, me había entregado un saco largo, de color verde, de buena marca, de una tienda importante de Montevideo, había sido de Blanca Castagnetto. La desdichada ya no lo necesitaba. Estaba muerta. En el Espinillo y no precisamente porque la picara una víbora. Nuestras familias, nos habían hecho llegar ropa mínima en cantidad como para abrigarnos, nunca fueron entregadas. Ningún familiar recibió de vuelta prenda alguna. ¿Otro robo de íntegros señores?  La comida, tuve oportunidad de comer lo llamado como ‘bocado de cardenal’ café negro con fariña y pan.              Otro ítem merece el padecimiento del dormir. Estoy creo que abrumada. Habiendo leído a los maestros de la literatura mundial, casi convencida de aquél soliloquio de Hamlet, ‘Ser o no Ser’, él se pregunta si debe cometer un suicidio, después de su abrumadora y trágica vida, en donde las más adversas situaciones le han ocurrido, usurpaciones de trono a su padre, traiciones sexuales de su madre, sentido de cobardía demostrado por él mismo. ¡Sufrimiento! ¿Sería justo seguir viviendo? Me pregunto yo. Estimo igualdad de condiciones en Hamlet. No obstante abro mi recuerdo hacia la mente racional de cualquiera de nosotros, de mí y de él mismo, cuando decía:
. . .morir, dormir;                                                                         Dormir, quizá soñar, he ahí el obstáculo;                      Porque ese sueño de muerte en el cual los sueños se tornan,                                                                                          Al liberarnos del torbellino de la vida,                            Debe otorgarnos un respiro. . .
En este momento debes depender del pensamiento racional. Dominar al mundo pequeño para adentrarte en el del físico, despojado e intransigente, defenderme con mi fuerza de voluntad y ahincarme en mi carácter para luchar hacia el futuro.                                                                   
Con esta premisa deje transcurrir los fardos. ¿Qué son? ¡Sí!! Lo que imaginas. De la unidad de caballería, sacaron fardos de los que utilizaban para dar de comer a los equinos y nos prefabricaron, boxes. La entrada a cada uno de estos, daba a un largo corredor formado justamente por la doble hilera de casillas,  hoy podríamos denominarlas, ecológicas. Dentro de ellos nos habían colocado una especie de cama, formada también con estos fardos de alfalfa casi desparramados. Sobre ellos cuando nos vencía el cansancio y el sueño imperaba, caías vestida, a quien le tocaba en suerte, cobijaba una frazada mora. Durante varios años recordé, principalmente por las noches o en sueños, ¡qué sé yo. . .! aquellos días húmedos, demasiado húmedos, en dónde, primero por las paredes y después ya, sobre nosotros mismos caminaban pequeños gusanos verdes, procedentes desde dentro de la alfalfa. Yo, tenía mi pierna izquierda, completamente lastimada, mi pánico, mi terror me acuciaban pensando en que adquiriría uno o varios de estos ejemplares en mis heridas.                             Supe mucho tiempo después que antes de mí, habían detenido a una compañera. Cuando solicitaba con mi voz casi quebrada, tratando de alzarla para que me escuchase la guardia, debido a que necesitaba ir a una especie de letrina para hacer mis necesidades, arrastrando mi pierna herida, amojosada en sangre coagulada, esta compañera me reconocía. Después de cierto tiempo, la señora que nos cuidaba (según quien fuese) me traía algún bocado de comida y en ciertas ocasiones, también una bombacha, era envío de la compañera. ¡Te imaginas lo que se jugaba la señora tutora nuestra. . .!!




De vuelta. . .
Este, fue un día de repente. Nos metieron a una cantidad de humanos dentro de un vehículo. ¡Manos! Atadas con alambres, esa era la consigna. Recuerdo mi circulación casi cortada. Cuando llegamos a destino, eran dos globos violetas o los sentía así; pues la capucha dispuesta sobre mi cabeza. . .  Muchos soldados nos rodearon. Lo sabía por su conversación, es completamente distinta a sus congéneres. ¡Era nuestro nuevo Mercedes! Remozado del anterior. Me pusieron en un calabozo. Miren que: hay muchas clases de ellos, existen, son especiales, insatisfactorios y satisfactorios de acuerdo a tu como manejes tu mente, como te explicaba antes. Me acompañaría, o tal vez sería mutuo el placer de sostenernos por algún tiempo. Mi calabozo, poseía una puerta de hierro ciega, mejor dicho con un pequeño agujerito en su mitad donde solo se veía de afuera hacia adentro. No creo que lo hiciesen a medida de cada uno ¡NOOO!!! ¡CLAROOO!, pero tampoco dudo que no lo hubiesen pensado. Aunque este compañero tenía dos metro cincuenta centímetros de largo por dos metros de ancho escasamente. Muy alto y rústico. Sin cielorraso, ¡qué pretensión la mía! Apoyada en la pared sobre la puerta, casi contra el techo, prendida noche y día me acompañaba una lamparilla con una luz tenue y mortecina. En el suelo, a modo de colchón, pasto que no era alfalfa. Allí, debía de pedir a gritos  al soldado de guardia para ir al baño. Cuando él quería, me paseaba afuera por todo el largo del patio. A su vez, llamaba a una policía femenina que venía enseguida o no. Me tomaba de un brazo por medio del palo ese que usan los azules. Detrás, de apoyo, un soldado con un arma larga. La mayoría de las veces no me llevaban. Me orinaba en el suelo, también defecaba, allí. Eso era pasible de sanciones disciplinarias, que por la lógica y lo relatado las originaban ellos mismos, al no atenderme. Cuando iba al baño, de tropa, que distaba unos cincuenta metros de mi calabozo, aprendí de parte de la señora Hilda Suárez, policía femenina, entre otras cosas que aprende un preso en situaciones límites, a tomar esa agua que no te ofrecían. Aprietas el botón y poniendo las manos en cuenco, apagabas un poco tu sed y a su vez hidratabas tus tejidos interiores. Lo hacías temblando, aquel miedo te invadía  en ese momento y aún en tiempos posteriores, ya que si te descubriesen, te castigarían aún más. Recuerdo vívidamente, los primeros días de declaraciones. El mayor castigo era racionarte el agua en forma indiscriminada y permanente.                                                                               Por cierto tiempo, para mí prolongado, estuve tirada en un lugar estanco, frío, sucio, cadavérico, al que nunca reconocí.                                                        Varios días después, habían colocado un colchón viejo y sucio, dos frazadas moras bien gastadas por su uso, una taza y un platillo, en el calabozo. Mí mundo iba cambiando. Y mi riqueza en aumento. En un rincón, redondeado, de la mitad hacia el piso, un agujero, allí hacías tus necesidades, si podías pues, sobre él a unos cincuenta centímetros de  altura, habían formado una pileta de cemento de  una hondura de no más de catorce centímetros  y unos veinte centímetros de diámetro, con poca agua. La que utilizabas o para mojarte la cara a modo de lavado, o para introducir la punta de los dedos tratando de no gastarla después de realizar tus necesidades mayores, que las hacías con la incomodidad debido a  ese elemento sobre tu espalda. Cuando escaseaba y pedías por el agua, llegaba. . ., o no.    En este calabozo estuve aproximadamente, veintiocho días. Lo digo así, pues uno se le pierde con exactitud el tiempo imperante, se guía por efectos secundarios a veces inherentes a otros y no a tu persona. También tus emociones y sensaciones, hacen mella en ti, el miedo, el frío, mi estado físico diario. A diario reflexionaba:  ‘¡yo nunca había visto, ni conocía a los soldados!’, cada uno era  un monstruo diferente, con sus reacciones e instintos bien disímiles. Con el paso del tiempo comprobé que había toda clase de seres humanos, como entre nosotros. Venían a cada rato, oficiales, soldados civiles, que no eran tales, me miraban detenidamente. A conocerme, como si estuviesen viendo a Lucrecia Borgia o no sé a qué mala mujer según la mentalidad del visitante. Oí de sus bocazas negras y rubias con y sin bigotes, sin paladar negro, de eso estaba segura,  cualquier clase de insultos, disparates. . ., aberraciones.                                                     






MUCHOS MESES  más tarde, en otro lugar que ni soñábamos, un silencio profundo pero muy simple, era siempre respetado. Al principio, nos mirábamos sin pronunciar palabra. Cuatro paredes y una ventana así (formaba con sus dedos escuálidos y casi reumáticos, una cuarta en ancho y alto como lo hacíamos antiguamente, mientras medíamos hoyos, formados en la tierra. . ., jugando a la bolita) con varillas por rejas. De ese silencio escapaban, estornudos, agotamientos, exultaciones, rigidez. . ., dependencia del estado anímico o físico. No más de uno ochenta por dos metros y medio y dentro cuatro catres, femeninos, que los utilizábamos de la mejor manera posible. Allí aprendes a mantener distancia. En la única esquina redondeada, la taza turca y un metal de una hondura de no más de catorce centímetros  y unos veinte centímetros de diámetro, con poca agua. Lo utilizabas o para mojarte la cara a modo de lavado, introducir la punta de los dedos tratando de no gastar la o para después de tus necesidades mayores. En ese caso deberías pedir más y llegaba. . ., o no.                                                          Había otra forma de silencio. Cuando todas descansaban, por las tardes en siesta, si te tocaba y podías, tú,  silenciosamente dejabas caer primero los pies al suelo, luego te incorporabas lentamente y cuando la pequeña luz del día sin nubarrones se entrometía por la ventanuca, mirabas el agua. Como en un espejo te mirabas. Sin siquiera respirar permanecías rato, para no formar olitas con tu aliento, y tu espinazo y la cerviz doblados te dejaban transportar por esa imagen lumínica que los hindúes llaman ‘ashak’. Es el limbo. Eres tú, y no lo eres. . . . . . . . . . . . . .                                                                      Allí. . ., justo allí. . ., aparecías. Y el diálogo comenzaba. Pero no hablabas. Significativamente, el agua, de ese elemento rústico y límbico, irrumpía en ti, era tu interior frente a tu forma más externa, a la vez.                                                          Siempre me entredecía, ¡mi gemela acuosa! Ay Vicentita!!!! Cómo te extrañaba ¿Y ahora aquí. . .?         Con voz sibilina, lánguida,  desde una superficie cristalina, ella me advertía:”Tú debes ser como el lector, aquél que se reduce a leer, debes escucharme. Es tu función. Respeta mis narraciones. Las que te haré de aquí en más, por segundos o minutos pero no más que eso  y por los momentos o días o meses o años que permanezcamos juntas. Debes ser como el lector que respeta al narrador. Mis intenciones de clarificante encantadora son mis palabras, a las que debes escuchar. ¡No lo olvides, el narrador es eso nada más! Plantéate una condicionante, que tú misma eres mi conciencia, mi personalidad, mis emociones, sentimientos, culpas, distracciones. . .Y con tus cuentos y con tus lecturas a la vez, yo te interpreto en cada aparición que puedas hacer en mí y narraré todo, todo lo que tu memoria permita contármelo sin pronunciar palabra. Ahora no rompamos el silencio. Dos en silencio. Ve a dormitar. . .”          




Seguían mis recuerdos. . .
Recuerdo muy bien a un oficial de apellido García. ‘Teniente García,’ le decían. Casi siempre se ponían nombres ficticios. Todas las mañanas venía, conversábamos en tono casi cordial y siempre me preguntaba: ¿Necesita algo? Referenciaba mi psiquis: ¿para qué lo hacía, a quien nada se le permite? ¿era real, su interés? ¿esforzaba con su caballerosidad, dejar en alto el concepto del ejército? ¿leería el Ideario de Artigas y practicaría una de sus frases, ‘piedad para los vencidos’? Nos hacíamos estas condicionantes pues ellos también lo hacían, solo que, con una gran diferencia. Estaba sola. Ellos lo meditaban entre varios. Nos hacían saber que estaba prohibido leer ese Ideario y la Biblia. Era subversivo. ¿Paradoja? Estaban encargados de la cultura el país, no obstante ‘los generales’ conminaban al pueblo a leer novelitas de Corín Tellado o similares. Agradezco a Dios evaluar en vida. Es en ello que me detengo de nuevo en García. Sola, en el calabozo, día, noche, tarde, mañana, día a día retrogradaba mi mente, la elevaba a la vez. Encontraba hechos, situaciones, pormenores. Los presos nos aferramos a pequeñeces. Cosas que en libertad, en la vida normal ni siquiera notamos o percibimos. En estos lugares denotamos voces impersonales de mando, valoramos una mirada comprensiva. Aquí no hay sentimientos de piedad, no existen páramos de tolerancia. Imperan la rigidez, el rigor llevado al extremo. Es así que: ¡Teniente García, lo recuerdo claramente cuando nos arrastraban por el piso en el cuartel de Mercedes y también en el Trinidad, impartiendo órdenes, era uno de los más activos, moviéndose continuamente, era ‘duro’, días y noches con sus ojos inyectados en sangre. Lo recuerdo junto al mayor Rama, mayor Rombi, Capitán León, con sus mismas actitudes! Las semanas me encontraban tirada en el suelo observando como en trance de locura a las hormigas. Las envidiaba. Aprendí de ese suelo, lo qué era el frío calatorio, de la lluvia adentradora, incesante, llenándome mi colchón enfardado, la comida grasosa y graciosa por eso de siempre la misma, salada a mil por hora. Queriendo todo ello descontrolar mis nervios donde mi llanto diario y continuo invadió mis escasas reservas orgánicas y psíquicas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ., desde allí dio comienzo mi presión arterial hacerme mella.            Discurría uno de los días entre soledades de mañana, el guardia golpeó mi puerta, no contesté, de inmediato solicitó la presencia de una policía femenina y ambos entraron a mi calabozo. Estaba en suelo. Casi muerta. Mi presión había trepado hasta casi romper los registros mercuriales. Había llegado a ‘treinta’. Todo me lo dijeron cuando reaccioné en una habitación muy cálida, o al menos lo sentía así. Cubierta, sentía el roce reparador de frazadas alentando a mis bellos a rizarse, mientras, un sinnúmero de hombres me miraban. Una camilla no muy alta del piso. Entre mis manos desparrame sin que se dieran cuenta un suave calor de aluminio de formas abolladas, un jarro de leche caliente.                                                              De entre las caras sobresalía una, era negra, totalmente, como noche sin  luna. La persona me aplicó una inyección. Me llevaron a una habitación chiquita, muy cálida, al menos para mí. Era la enfermería del cuartel. Alguien daba órdenes, era el comandante Alejandro Laborde. Bajo ellas me seguían mirando. La habitación y yo fuimos cómplices de mis dadas vueltas intransigentes, estuve el tiempo. . . ese que no se sabe,    que no se cuenta, no se estila, no pasa. . .                       no rehuía en la venida. . . te mantiene como lo hicieron conmigo, jugaban a eso, vitaminas, minerales, sobrealimentación, inyecciones; así lo hicieron. Objetivamente los veía recordándoles por si subsistía. Aquel rostro negro, grandote, risueño, alegre, pícaro que sobresalía de su esqueleto elevado sobre mí era de Julio Correa, siempre dispuesto a ayudarme. ¿Sufrías, verdad Julio?                                       En mi limbo creado entre pestañeos, veía a Roberto Argüello en su pose irresistible, masturbándose constantemente su juvenil bigote rubio, rizado y espeso. Cerrando mis cansinos ojos igualmente seguía mirando su burlona voluntad de conejillo asustado.                      Don Montero era de apariencia paternal, tranquilo, añoso, la tercera persona en tránsito allí. Un día cuando mi ser salió del sopeso de mi presión arterial me preguntó: ‘¿Vos sos la mujer de cuál de los dos Pinos, del que tiene una chispa de oro en los dientes?’ Eso me resultó muy significativo, debido a que, primero sabía el apellido de mi esposo y segundo, pues esa referencia la tenían los torturadores para la  aplicación de la picana eléctrica en los dientes. El tiempo nunca pasa es un quedo en el inconsciente de los seres humanos, yo sigo la premisa en la pregunta: ¿Don Montero, lo hizo o lo vio hacer?



¿Uniformidad de  mujeres?
Varios meses me acompañaron en esa habitación. No estaba sola, unas piernas gordas, soportaban el   esqueleto de alguien femenino, educado, en su cuidado constante hacia mí.                 Chichita era joven, aunque no soportó este hacinamiento psicológico, mental, físico y terminé enterándome que enfermó de los nervios.                                                        Cambio en el turno. Ya no estaba más, quien uno enfrenta en brevedades y ariscas intencionalidades de trasmitir fraternidad. Aparece otro personaje femenino. De sobradora privacidad en su ideario, de caminar petiso y pesado, de complexión gruesa y masculina, mirada fría y fuerte poder en las mano.                                                    Mary Gándara al principio despiadada, con ese tiempo inolvidable a que hacía referencia, fue cambiando, dio lugar a reírnos de bromas y reacciones, principalmente mías. Es que dos personas en un mundo tan pequeño con diferentes elecciones personales filosóficas terminan por comprenderse, siguiendo igualmente en las antípodas de pensamiento. Yo entendía lo que su uniforme le permitía y ella dentro de él, comprendió, me conoció y hasta estoy segura me apreció en su silencio.                                               Como había cambios de personas y yo no, descubrí después de un letargo a alguien mayor coqueta y elegante. Buenos perfumes de su impecable y suntuosa ropa impregnaban mis narinas desflecadas en su interior introducían allí un dejo de su buena naturaleza social. Sin ser confiazuda ni grosera con corrección cumplía su trabajo, llamándome siempre por mi primer nombre Teresita. Maclevia con ese extraño nombre, era extrañamente un ser insospechado.                           En otros momentos de mi agobiante estadía allí, escuchaba a alguien que dialogaba con la guardia masculina a gritos apaisanados y expresiones ditirámbicas, contaba aspectos de su vida particular. Era cándida, simple con ellos, estimo un poco corta en su entendimiento. En conversaciones, todo el tiempo era de ella. Blanca Villar o de Villar, con su aspecto descuidado y su bocaza pintada de rojo punzó comía todo lo que encontraba a mano, todo el tiempo, gorda y bajita. Pensé que su emocionalidad nerviosa abría minuto a minuto su excesivo apetito.  El apuro, instintivamente le proponía bajar el tiempo frente a sus superiores. Éramos más de veinte mujeres, teníamos un  solo baño con cinco duchas, entrábamos a bañarnos y en cinco minutos debíamos de hacerlo todas. Nos gritaba: ‘Apúrense. . .’ llevándonos mojadas, sin secarnos al ‘alojamiento’ como le decían los militares. Ese lugar era la estancia de un colchón y muy pocas cosillas.                                                                 Inés desempeñaba sus funciones correctamente. Situaciones límites ejerce el humano durante la vida. Uno, decide. Yo decidí. Aunque el ego en esas adversidades complejamente tediosas se pone a disposición del cerebro y allí, sí, ya te quedas en circunstancias en las que te guía el área del cerebro que corresponde a determinadas funciones No eres tú, ni son ellos. Es el cerebro quien nos rige. Existe una región media en el  cenit del mismo y unos centímetros hacia la nuca que es la zona de ‘reacción de caída’, seguro que allí funcionó a pleno en mí durante años. Y en Inés. Otra zona de su cerebro se activaba. En la base del mismo, casi tocando el cerebelo y hacia dentro se encuentra la zona de ‘sentimientos y acciones morales’. Ella la tenía inflamada, ampliada. Rubia, alta, estilizada, de ojos muy claros, boca grande, nariz notoria, cantando constantemente con voz de buena modulación y administrada correctamente, llenaba de tranquilidad y confianza nuestros vapuleados esqueletos. Había salvado mi vida, no omitiré decirlo nunca. El día veintitrés de abril de mil novecientos setenta y tres nos llevaron a Mercedes, ¿recuerdan. . .? Marcelino Rodríguez, comandante a cargo del cuartel, autorizó a sus esbirros a torturarnos de cualquier manera. Nunca olvidaré las injurias, palizas, gritos desgarradores de “los sediciosos”. En esa tarea, la señora se negó rotundamente a ‘cuidarnos’, ‘hacernos guardia’ sino era en un lugar adecuado y ser tratados como prisioneros de guerra. Las F.F.A.A. así habían denominado al papel por ellos desempeñado: ‘una guerra’. Mi seguridad hacia ella, en mis pensamientos: ¡serás bendecida!                          Mi recuerdo entre tantas otras, para Hilda su eterno  uniforme de policía azul junto a su portafolio negro que utilizaba a manera de canana pues dentro llevaba su arma de reglamento y unas balas sueltas que supongo utilizaría cuando a ella le viniese bien. Sería como utilizar los ruleros para arreglarse el pelo en forma adecuada a su debido tiempo. Desgastada físicamente por la vida y sin verduguear a nadie,  con sencillez de madre y conversación fraternal, nos guardaba paciencia. Consideraba que éramos mujeres de su mismo género, limitadas con incontables y enormes carencias.


Valerse consigo misma
ESTUVE RECUPERADA. Varios meses, pasaron para valerme por mi misma. Estuve tanto tiempo en soledad estacionaria que me preguntaba de mis reacciones emotivas como hembra. La intensidad de las mismas, no podían ser expresadas con los seres que habían cohabitado mi espacio. Recuerdo haber leído durante mi libertad, sobre el cerebro, ese órgano primordial en la escala zoológica. En su sistema límbico existe una zona en forma de almendra llamada ‘amígdala’. Regula impulsos agresivos y sentimientos de temor. Si se extirpara esta, se originan irritaciones, miedo y emotividad sin causa aparente. ¿Sería la situación y la problemática de quienes nos detuvieron. . .? ¿Experimentarían sensaciones incompresibles que se les veía como enajenados mentales?                       
Escribí esto:




Era piso sin pulir/                                                                el galpón que me llevaron                                     chapas sin cielorraso                                                      largo y rústico: era/                                                          paredes de bloques precarios                                        seis  divisiones seis                                                        encausando nuestras vidas/                                                              así decidían ellos que                                                     seis puertas                                                                             con cobijas coartaban                                                                nuestro poder de miradas                                                      y el que no hablarnos siquiera/                                                 en tanto el invierno crudo                                                       de fuertes rocíos goteaba                                                     y. . .por debajo de los trapos                                           frío viento, ¡nos calabaaaaaaa!
Al mismo tiempo, en el pasillo los guardias, ahora soldados, bichujeaban todo el tiempo, cuando cambiábamos nuestras ropas, cuando dormíamos, aún así percibíamos extrasensorialmente que nos estaban mirando. Estos boxes de dos cincuenta por un metro cincuenta eran la estancia. Aquel colchón arrollado, mantas enviadas por mi suegra. Sábanas, almohada, un plato, una taza de materiales irrompibles, una servilleta o repasador. Los cubiertos eran entregados a la hora de repartir la comida. De mañana temprano, café con leche y pan, al medio día ‘el rancho’ normalmente guiso ensopado hecho con grasa, porotos, fideos y papas y en la noche, lo mismo. Muy poco digerible. Entre comidas si tienes yerba, se toma mate y sino. . . aguantarse. De mi experiencia triste y larga de cuartel en cuartel, puedo decir con certeza que en la unidad militar donde nos sirvieron la mejor comida fue en el de Mercedes. Estimo mis compañeros ocasionales estarán de acuerdo también. Abundante asado con batatas, puchero, mucho pan, leche y arroz con leche.                         Algunas detenidas se nos permitía recibir mercancías ‘de afuera’, nuestros familiares, en mi caso mis suegros hacían lo imposible dentro de sus limitaciones para el envío de: medicamentos, vitaminas, dulce, azúcar, yerba. . .que siempre se necesitan. Entremezclados venían libros o revistas. Previo, claro está, de: “la censura”.                             Este es un tema sumamente importante, no por lo que nos dejaran leer, sino por el hecho de: ¿qué era  “la censura”? ¿De qué manera estaba implementada y principal y básicamente, quien ponía la cabeza para seleccionar el material y calificar nuestros actos carcelario y que esto, fuese censurado o no? No es una tarea fácil, ni de una cabeza privilegiada.            Resumían el todo. Entre ellos, hacia nosotros.   Cuando expreso el todo, estoy refiriéndome a: expresiones, movimientos, miradas, sensaciones, incomodidades, comodidades, bostezos, sollozos, llantos. . ., ¡lecturas! y mucho más. El sinnúmero del ‘todo’ hacen de mi memoria una flaca vagatela de recuerdos que muchas veces no afloran y me entristecen. La lectura, era para ellos un bien pernicioso del detenido. No era posible. Ello nos estaba educando, no obstante, educación en ese régimen totalitario y flagrante, era saludarse, acatar órdenes, hacer flexiones, y obedecer al de mayor carrera militar. Educación del detenido era simplemente: ‘permanecer’ o no, a veces era ¡’morir’!                                                                              Al baño como de costumbre nos llevaban encapuchados. Tanto a hombres como a la media docena de mujeres atrapadas.   En muchas ocasiones a lo largo de la detención en el baño nos sacaban la capucha. Una taza turca te esperaba para tus necesidades. Una soldado me dijo si tienes sed tira la cisterna pon tus manos en jarra y toma el agua para saciar tu sed e hidratarte. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  . . . . . . . . . .  . . . . . . . . . . . . . . . . Muchas veces, nos dormitábamos y la réplica desde fuera se hacía escuchar!! . . . . . . . .  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . . . . . ., una de tantas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  entré, el trapo descolorido que a girones pretendía colgar desde un alambre me entresacó el estado orgánico que me depositaba allí. Hojeé la letrina en ángulos perfectos aunque frente a mí en una línea obtusa mi mirada la vio en el agua estacionaria de esa vieja cerámica sarrosa debido al cloro y materia defecada que por allí pasaba por momentos. La miré y a sabiendas de que sus narraciones eran breves casi grité, pero no lo hice:  
¡Vicentita………………………………………………………….!!! fue mi interior que se desbocaba era como estar frente a una laguna, una laguna de ignorancia, ignorancia de presenciarla y que mi potencial casi exhausto, se eleve a mi inconsciente, sin embargo ese flujo ininterrumpido por veces me desconcierta y es precisamente en donde mi sentido de creencia me libera y como un apostador desbocado me asimilo en mi conciencia incólume. ¿Sería la noción de que una persona persigue a otra hasta encontrarla? Noooooooooo!
Vicentita no era mi persecuta. ¡Sin duda! Venía más allá de la razón y me convertía en una especie de marioneta, demostrándome de una u otra forma que mi cerebro que ha sufrido calamidades terribles, es diferente del cerebro de aquel que no la ha sufrido. Entonces me habló desde esa pequeña profundidad de seis o siete centímetros, con voz pausada, algo agónica, algo eterna, con suavidad meridiana y una identidad abigarrada de mí, preguntó y dijo:                                                      “Resuelve dilemas y conflictos, no te abandones, desconciértalos, pregúntate ¿ por qué estoy aquí? ¿Qué me hace sufrir? ¿Merezco sufrir? ¿Hay manera de salir? Ellos están desconectados en el presente. Tú posees las semillas frescas para florecer mientras adaptas tu mente para volver a nacer. No olvides: causa y efecto para ellos no son situaciones claras, creen efectuarlas, nada más. El más allá los aterra y desconcierta, están fuera de control, se sienten victimizados y víctimas a la vez ejerciendo abuso de autoridad. En tus semillas frescas aprenderás acerca de ti misma y llegarás a conclusiones que revertirán esta clase de castigo que se recompensará con tus acciones en merecimientos venideros. Que tu cerebro no produzca ideas perturbadoras y distorsionadas que sean susceptibles de alucinaciones. Te preguntarás: ¿cómo será encontrarte a ti misma en esa separación de mundo - cerebro? ¡Liberándote! No tengas miedo, conserva un fragmento de verdad. Incluso, mira, tal vez mentir un poco, en esta realidad tiene una virtud, salvar otros compañeros, otras almas desprotegidas. No te rindas y enséñales el resto.                                                   “El sueño continúa. . .”

  Al aire libre
No se nos permitía nada diferente. Éramos seis mujeres en Mercedes desprotegidas del espacio. Debido a la bondad de Vicentita mi mente se reflejaba en el entorno y el estado anímico de las ‘seis procesadas’ iba voluntariosamente acrecentándose.                                                        Escribí  sobre un pedacito de trapo sucio con un trozo de palito que había guardado cuando estábamos ‘al aire libre’, pensando en esto:                                                                                
La mesa tan sucia manchada de grasa/ los tarros botellas el mate está frío/ las moscas/ rosas marchitas pálidas/ agua en vaso dulce/ un mendrugo de pan hace días/ el plato la taza/ un banco una silla seis puertas/ la casa de seis mujeres prisioneras, procesadas/ duermen cerrando sus ojos de plata/ sueñan cuando vuelvan a tener sus casas/ ríen evocando las cosas pasadas/ lloran cuando piensan. . . sus vidas marcadas/                                                                        Solas, las horas del día arrastraban en forma desesperante el minutero sin distracción alguna. No había afloje. Suponíamos que la lentitud de tomar declaraciones e indagar a los ‘terroristas’ coadyuvado que seguían deteniendo gente en forma indiscriminada, hacía lo duro insano inhumano del tratamiento hacia las detenidas. Una función casi trivial a los uruguayos fue la primera que disloco el ambiente agresivo. Nos ofrecieron sentarnos en derredor de una mesa. Las seis. ¡Tomábamos mate, tejíamos, leíamos!!! Esas tres funciones hacían del guardia un ser siempre a nuestro lado, escuchando, observándolo todo y nuestros movimientos particularmente.                
¡Cuánto!! ¡Cuánto!!! me acordé de ti VICENTITA!!!
Las horas se fueron acortando. En otra oportunidad, nos sacaron afuera a tomar aire.¡¿ Te das cuenta?!  ¡A tomar aire!! Ese que muchas veces nos faltó, ese, que ellos a bocanadas se lo llevaban dentro jugando a la pelota paleta en el frontón que debíamos mirar cuando una: ‘toma aire’. Nunca tuvo atractivo para mí ese lugar. Allí, era el lugar en que los castigos a ultranza se apoderaban del tiempo, el espacio, los colores del día y el aire. . .Allí o allá (parece que lo oigo en mis oídos), aberrantes gritos suplicando dándole palizas a mi esposo y sus compañeros. Sin embargo, las otras compañeras no estaban en esa situación así que ellas disfrutaban más que yo de ello. Caminaban, corrían, hacían gimnasia.
 Salíamos desde ‘la casita’ hacia allí encapuchadas, en una corta fila india. Oíamos a militares jugando a los gritos pelota paleta o a mano o mixto, pues algunos, desafiantes de su poderío lo hacían sin paleta para demostrarle a otros que sí la utilizaban, su fortaleza física. Cuando los descubríamos eran oficiales y algunos soldados que los empleaban en esa demostración. Sin duda el viejo circo romano aún perduraba en nuestro paisito. Mi intuición y mi sospecha, hacían percibir inconscientemente a mi esposo, algún escamoteo de piel referenciaba tal emoción y lo hacía cerca o en el entorno. Cuando levantaba la cabeza y miraba hacia la derecha, el viejo galpón, ‘la casita’, estaba separado por un enorme paredón que habían levantado para separar el sector de las mujeres y los varones. Dieciséis boxes numerados los contenía y contenían. Nunca supe en qué condiciones, como estaban sus cuerpos, sus espíritus, su hidalguía que era de cada uno, pero propia del grupo. Nunca olvidar, jamás lo haré, cuando una mañana espié por debajo de la puerta trapo cuando un soldado llevaba a alguien al baño, era él.                   . . . . . . . . . . . . .  . . . . . . ..mi esposo, estaba cubierto con una frazada, que había enviado mi suegra y que por otra parte él tejía en la fábrica, a modo de poncho, no sé si estaba desnudo, sus piernas arrastraban como dos enormes morcillas, gruesas, ennegrecidas por los golpes y el calentamiento a ultranza de la sangre, prontas  a  reventar, cabeza gacha colgando hacia el suelo, cubierta con una verde capucha de paño militar llena de manchas de sangre coagulada.       Eso es. . . . . . . ., ‘el aire libre!!!’




Recuerdos y cambios 
De forma continua inquiría que a mi marido lo habían matado. Se lo decía al guardia. Esto va por orden de jerarquías, no lo olviden. De tanto insistir, mandaron a un teniente o un mayor no sé, no recuerdo. . .tenía charreteras con botones. Me interrogó por quince o veinte minutos. . . ¡qué sé yo de horarios! Pasaron unos días:
¡De pronto! alguien abrió mi puerta (corrió mis andrajos), una figura estéril, tan volátil como una hojilla de papel de fumar se presentó:                   ¡era él!!!: : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : :                                                                                 
no supe qué hacer, estaba sentada en el suelo, romántica y con apuro escuálido quise abrazarlo como en momentos nuestros. Miles de abrazos se me significaron, aquellos compasivos, los apretujados, sencillos, juguetones, afectivos, todos y más vinieron entre las profundas miradas. Sus párpados agonizantes, sus iris marrones bañadas en sangre, sus pestañas quemadas por el rocío la picana el sol o el submarino con sal o no sé qué. . ., se me mostraban con una decadencia de amparo y solícitas a que las socorriera. Intenté. Lo intenté tan fuertemente que me caí casi desmayada. Casi gateando cuando rocé sus tiras de pantalón con mi único dedo que logró hacerlo, otro se nos interpuso. Levanté mi cabeza, era gordo, de ojos claros. . . Era el que entraba a Juan Lacaze con su vestimenta tipo tejano y sombrero de ala ancha. Era Gabazzo. Aquellos ojos claros trasgresores, incandescentes de ira, enojo, sangrientos de muerte ¡Sin duda! Estos personajes de la represión, todos, absolutamente todos, no me cansaré de reiterarlo,  usaban el uniforme del ejército de mi patria para confundirnos. Enchastraban aún más una guerra sucia en donde ganaban grados y ascensos los que utilizaban el asesinato como método en esos momentos tan circunstanciales de mi país.

Una vuelta de rosca menos
El S2 era una oficina interna dentro del ejército donde se evaluaban ‘los subversivos’. Subvertir o  subvertirse, es en la lengua castellana: revolver, destruir, trastornar. Subvertores, eso éramos para aquel emblema de nuestra patria, que dejo en tierras orientales el placer de ver con los años, como nuestra república se fue adentrando en el mundo. Aquél ejercito que emancipó la palabra y las acciones en pos de que los hijos de la tierra orientala, fueran libres de por vida. Ellos y esa oficina en cargada de llevarnos y traernos, de preguntarnos y empujarnos, de vilipendiarnos, jugaban un papel de deterioro social que solo nosotros sentíamos cuando nos rajaban la piel. El tiempo fue minando la esclerosis a que nos habían sometido y como todo tratamiento, durante el mes de octubre o noviembre de mil novecientos setenta y dos, un suavizante y muy moderado acto en sus conciencias y en sus ‘cadenas’ de mando fue vinculándose hacia nuestras personas. Nunca sabremos de donde emergió la humanidad en ellos, pero la tenían. Un día de esos, nos llevaron mudaron al otro lado del paredón. Significaba ello que a los varones los habían pasado a enormes carpas verdes militares, en el patio trasero del cuartel frente a la ‘compañía de fusileros’, allí solían llevarnos a bañarnos. Para entonces éramos dieciséis mujeres. A medida que tomaban declaraciones se sucedían las detenciones femeninas. Mujeres con sus virtudes, defectos y sin el amparo legal y derecho ciudadano que poseemos por este nuevo siglo. Habían pasado seis o siete infernales meses de nuestra detención. Se dio comienzo a una nueva etapa dentro la vida cuartelera. Se oían rumores, comentarios. Nos estaban “procesando”. ¿¡Los militares procesando a civiles!? Nunca entendí mucho de procesos, pero esto de dictadores procesando a civiles. . .? Suena como reyes matando elefantes en el África.  De todo esto lo bueno es que se nos iba permitiendo pequeñas satisfacciones: mantener abiertos los grandes portalones para que entrara aire fresco, mirar el cielo, por veces nos llevaban debajo de un largo quincho a desarmar capas, coser uniformes rotos, hacer mochilas, lavar ropas de los soldados;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;; así entretenidas se nos pasaban los días. OH!!!!!!!!! recuerdos…………………………………………..  habían chicas que se resistían! No veían bien hacer trabajos en provecho de ellos. En mi caso y en el de otras compañeras, nos servía para mantener ocupada la mente y con ello agotarnos físicamente para poder descansar de noche. Eso le denominamos ‘mentalidad de preso’. Referentes eran los consejos de los compañeros durante la estadía en el monte, nunca rendirse frente a ellos. No obstante el quebranto a que te exponen, la realidad se hace selectiva y esa manera de adecuarse constituye una real conciencia de libertad momentánea y se hace carne la posibilidad remota de ‘la  libertad’. Eso reafirma la vivencia de vivir detrás de un muro donde tú sabes que del otro lado existe, pues ya lo viviste, un potencial infinito desconocido, abrumador de vivencias por venir.-----------------------------------------
No debemos olvidar, una experiencia tiene un tiempo, pasa, pero no excluir la que vendrá, es lo interesante, nuestra conciencia urdida a hábitos, recuerdos, relacionamientos, prefieren nuestro futuro de verdad.                                                           Los días se hacen largos y pesados por el tremendo calor y el agobio de tomar agua casi caliente o tibia y con la ingesta de comida de invierno. Te entregas!!!!!! ::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
¡Pero estábamos vivas por el momento!






Encontrar:              un encuentro
¡SOLDADO!!!, ¡soldado!!!, venga por favor!!!
-          ¿qué querés. . .?
-          ¡Estoy muerta de sed, soldado! ¿Podría si fuese tan amable conseguir un vaso de agua para beber?
-          Esperá!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Estas soluciones a mi fláccida persona de cuarenta y cinco o menos kilos, eran reacias a ellos.  El aguante de los chicos de hoy, no era el mismo, de aquellos momentos. Estuve horas, sedienta, babosa, aglutinada de lengua, boca, labios, agarrotada de garganta y espumorosa, como una olla hirviente.
-          Tomá!!!!!!
-          Gracias soldado!
Cuando evalué casi en el agote total, dormitada, eran como las doce de la noche. El recipiente era un plato muy llano casi imperceptible de aluminio, donde los bordes del mismo y la profundidad eran casi iguales. Dentro existirían apenas treinta centímetros cúbicos de agua amarillenta. Cayó el telón rajado de una frazada que yo había colgado a modo de intimidad. Quedé mirando. Sustraída por el líquido. Cuando fui a empinármelo. se reflejaron mis ojos turbulentos en ella. Desde allí nuevamente, la voz tenue y serena de ‘Vicentita’ me despojó de mis pretensiones locas y ansiosas de tomarme todo:
“Hola. Estamos mejor-¡ Sí. Bueno amiga seré brevísima. Están tramando encuentros. El propósito, cosas más profundas de las que esperas obtener. ¿conocés el proyecto más profundo al que dedicaste esta parte de tu vida? Tus expectativas en silencio esperan obtener grandes cosas y dime: ¿quién no tiene expectativas? Tu destino tiene un final es un arroyo que se une a un río, posibilitando caudales más grandes. Alza tu cerviz y concretarás tu realización”
Se fugó a tres centímetros de mí el agua  quedó turbulenta, agitada y  me la engullí de un sorbo -¡ _!_!_!_!-------¡!!!!¡¡¡¡¡-------
-          Dalé, ché que no estoy toda la noche para vos!!!
El trueno ronco de la voz del soldado sonó en mí para que le devolviera el plato por temor algún desatino. . . , que nos les convenía.

Encontrar:            un reencuentro
Para diciembre, en un atardecer caluroso, una orden impartida, recorrió mi pequeñez sectorial urbana. ¡Al frontón! Una policía femenina, Hilda, se apersonó y no hubo necesidad ninguna de que aclarase nada, salí junto a ella. Cuando arribé lo vi. tambaleante, casi inconcluso pero estaba allí. Era la despedida. Era la primera y la segunda vez. La primera que hablábamos. La segunda que nos vimos cara a cara. Hablamos de nuestro matrimonio, de lo positivo de nuestra pareja, recordamos cosas agradables. N o quisimos tocar temas pasados funestos para la pareja. Igualmente, le pregunté acerca de las torturas. Con su tranquila y serena voz estremeció al suave viento que nos acariciaba. Bajé un tanto mi cabeza, la incliné casi hasta que rozara el mentón el cuello, lo miré insistentemente, como inquiriendo una pregunta de enamorados, que lo estábamos, él seguía cabizbajo meditando aquella respuesta, sus labios finos  entreabiertos de flaqueza deshidratada no se largaban a emitir palabra. Cuando lo hizo dijo: ‘nombres de soldados y cabos’. Concluyó: ‘¡ya te contaré todo algún día!’  Su integridad moral seguía enhiesta sin flaquezas, ni debilitamientos. El dieciocho de diciembre lo levaron al penal de ‘Libertad’. Muchos campos de concentración de militares, llevan nombres que dejan por fuera de sus límites atrocidades, torturas, horror. A partir de ese día ya no fue lo mismo y yo, no fui  la persona que se sentía contenida a sabiendas de que él estaba cerca de mí.  Tal vez hice demasiada cantidad de cosas de la que después tuve que arrepentirme. Pero él ya no estaba más. Algunas veces me llegaron cartas suyas con el sello negro CENSURADA. Cortísimas, breves, tratando de encontrar un reencuentro que no llegaba, no se presentaba delante de ninguno de los dos. Una carilla. Veintitrés renglones viendo el margen izquierdo vacío tal vez con la inquietud del de llenarlo de alguna forma con letras tangenciales, oblicuas o delegando el algún breve comentario. Nada el margen siempre vacío. Pocas palabras. Sin “comillas”, sin subrayados, fechas, lugares, tan poco, tan escaso. . . que ni el nombre propio utilizábamos!!!  solo un número frío, glacial, como extraído de las temperaturas boreales. Vicentita como aquel trueno de la voz del soldado, llegaba a mi inconsciente en mis dormilancias. Como te extraño vieja amiga, aún hoy!!



Legalidades e ilegalidades 
Ella era una especie de ama de llaves de mi cerebro, por ello la extraño tanto. Sabe aparecer y en mis desatinos, recuperarme de mis heridas y entender mis contradicciones. Por otro lado, él, mi esposo, todo para mí sin concusión, ni olvido. Pasaron los meses en el penal de Mercedes, allí oí, no sé de boca de quién, mi propia sentencia. Notaba claramente que mi mente,  que ella misma no quiere registrar por rechazarlos. Por ello, estaba presente siempre mi amada Vicentita. Y él, aunque se lo hubiesen llevado. Se barajaban fechas, nombres, lugares, especulaciones del ser humano. Uno allí sin distancia ni norte, deja caer la piedra del momento en pequeños centímetros cuadrados de territorio urdido entre telarañas de hilados de todas calidades. No son especulaciones del preso. Sino del ser humano que deterioran, destruyen siempre. Las mujeres presas, parecían estar seguras del tiempo que estarían detenidas. Lo afirmaban casi prepotencia y seguridad. Se basaban en otros casos y era su mayor error, ¡no todos son iguales! Lo que sí recuerdo con llamativa coincidencia, fue el día en que me leyeron mi sentencia, eligieron el día exacto: 24 de julio, ¡fecha de cumpleaños de mi padre! Siempre tuve mucha fe religiosa, cristiana desde niña y en mis oraciones, pedía siempre a mi ‘padre’ que se ejecutase mi sentencia lo más rápido posible. Cuando me llevaron al supremo tribunal militar          (¿ a mí que era civil?; se ve que en país los políticos democráticos tenían bien claro, en lo que a leyes se refiere ) un señor con cara larga y cansada física y psíquicamente, me leyó algo que hasta el día de hoy no sé de lo que se trataba. Cargos, imputaciones, que no entendí. Firmé mansamente. El pobre, quería leerme también los cargos de quienes habían sido detenidos conmigo, cuatro hombres entre ellos mi esposo .Alegué dolor de cabeza y desinterés. Entonces me permitió salir del cuarto acompañada por una soldado. Esperé e un largo patio.  Me dijeron que mi abogado, tuve dos, el  Dr. Daniel Artecona, un señor con mayúsculas, él dejaba sus defensas en el Coronel Abogado Aníbal Rifas Silva.  Este actuaba de oficio, mucho no quería enterarse de los casos pero es así la vida de los presos. Me dijeron que el juez pedía de dos a cinco años y soñaba que no se cumpliese esta pesadilla. Pero, fueron seis años y tres meses  largos y tortuosos.


En espera. . ., ¿uniformidad de hombres?
Siguió mi vida en ese lugar por largo tiempo. Aprendí y dejé mucho en ese espacio. El Señor continuó junto a mí en espera. . . De mis entretenimientos, logré hacer un diccionario con los términos de la tropa, con los modismos de la zona con voces diferentes entre soldados y oficiales. Actitudes de encargados de guardias con respecto a sus subalternos. Un hombre con aspecto siempre prolijo, con vocación de ser militar irresistible, duro especialmente con los hombres, sin embargo. . ., totalmente flojón con las mujeres, Sargento Díaz, lucirá sin duda, otras escuadras ganadas en ese entonces. Le habíamos puesto como mote ‘Homero Palomo’ debido al parecido físico con dicho palomo era gracioso. Tenía continuos desdoblamientos de personalidad, su pecho siempre henchido parecía reventar de orgullo. Su carácter diario era normal, de militar seguro, pero al otro día, era completamente despótico, neurasténico. . .sabrá Dios de su salud mental!!                                                                        Cabo Tonito Pérez, ¿Quién no se acuerda de él? ‘Campo adentro’ podríamos decir de su natividad. Siempre sonriendo, seseando. . ., tan nervioso que sobre sus pies deambulaba parado, se balanceaba de talón a punta de pie, de punta de pie a talón sin ningún esfuerzo, movimientos continuos, acelerados. Un día en espera estábamos tejiendo y tomando mate, él de guardia, se acercó y con voz gritona nos espetó: ‘¡ustedes no son nadie! ¡están a la izquierda de los chanchos!’ Se ve que se lo habían enseñado en la escuelita y él para no olvidarlo vino enseguida a repetirlo, en realidad quiso decir: ‘cerdos’. Todas nos miramos, permanecimos en silencio por un instante pero una de nosotros, que no podía con el genio, le preguntó: ‘¿y tú estás a la derecha?’ Y allí nomás quedó la cosa. . . . .  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  Y los Arrascaeta. Sin duda mi esposo hubiese tenido mucho para contar de uno de ellos, especialmente el más alto llamado Pedro, con  sus anteojos al mejor estilo norteamericano, espejados, y el birrete sobre sus ojos. El otro era chueco al caminar, petiso, andariego, siempre llevaba mucha cantidad de papeles o carpetas bajo sus brazos y por lo que pudimos saber tenía mucho que ver con el comandante.  Hablando de chuecos el teniente Herrera, su cuerpo de larguísimo talle, su caja de cuerpo era tan larga que las pistolas en sus cananas quedaban ridículamente colgadas a la altura de sus rodillas, sus piernas cortísimas y abarriladas. El cabo Tatú Martínez, el cabo Eustaquio Sosa  (que no era el cantor de mi pueblo), el cabo Arrúa. . .                                                - ¡Cuántos de ellos, no dejaron vivir a mi esposo para que ese “algún día” no llegase!- ¿Sabrían que la verdad es como el aceite en el agua? Siempre sale a flote. 
Sería imposible mencionar a tantos y tantos que vimos y convivimos con caracteres, sus reacciones, pero . . .
 No debo de olvidarme de mencionar aquellos que se comportaban correctamente. Recuerdo con agradecimiento, por diversos motivos pero todos de naturaleza compasiva a Don Panchito de quien no sé su apellido, Pedro Galarraga, Roberto Orelloni, al cabo Francia, Saúl Pérez, Ariel Fernández, Don Porley. . .                                                  
En espera, son tantos recuerdos que se mezclan unos tortuosos para rescatar la sensibilidad de muchos soldados de mi patria. Una de tantas vimos como tuvieron durante siete u ocho días en sus largas veinticuatro horas cada uno de ellos, en pleno verano, al rayo del sol y contra una pared, ‘de plantón’ completamente vestidos, manos atadas detrás, con una gruesa capucha verde militar a desgraciados hombres, cuya suerte solo Dios sabrá. Los soldados de guardia que descargaban su rabia contenida pues debían decir ‘si señor’ a sus superiores, a patadas en sus flancos, a trompadas en sus riñones, a culatazo limpio de sus rifles en costillares de aquellos infortunados. Estos hombres resistían este castigo que tal vez era parte de otro más cruel o terrible que estuviese por venir, sólo encontraban alivio cuando la guardia estaba a cargo de un HOMBRE que impartía las órdenes el SUB-OFICIAL                      “U T U RB U R U”, verdadero militar, caballero de las fuerzas armadas de mi patria. De él nace aquel dicho: ‘Lo cortés  no quita lo valiente’ 
Reflexiono: : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : -- - - - - - -
Todos los que cumplimos nuestras penas.
Los que fuimos procesados y pagamos por nuestras culpas ( ¡o no!)
Los que murieron en manos de la venganza
Los que sufrieron más de lo que corresponde
Los que fueron torturados sin compasión
Me pregunto:. . . ¿?. . . ¿?. . . ¿?. . . ¿?. . . ¿? . . . ¿?. .  .¿?. . . ¿?. . . ¿?. . . ¿?. . .                                                ¿Podrán pedir justicia y llegará esta para mostrarnos, una vez más que existe?                       Personalmente, primero creo en la Justicia de Dios Todopoderoso, después en la Justicia del Hombre, hasta que el Señor ilumine su mente. . . . . . . . . . . . .


De a poco la espera. . ., tuvo resultancia, precaria.
Existen palabras para un detenido que son ¡mortales! (de muerte hablo y cuando hablo, escribo). ‘Traslado’. Es una palabra fría, inquietante, abigarrada de sentido oscuro, limitante. Llegó el día en que nos dijeron: “harían un traslado”. Yo en mi haber tuve siete, a saber: desde mi detención a Mercedes, de allí a Flores, de este a Mercedes, de aquí a Colonia, de mi departamento donde soy oriunda a Mercedes, desde allí a Paso de los Toros por último de ese norte del país a Punta de Rieles, Montevideo. De este último lugar de detención  debo decir que: ‘solo están detenidas, mujeres por motivos políticos y que de cada diez, nueve de ellas eran profesionales, maestras, profesoras, estudiantes obreras honradas de fracciones políticas proscriptas por la dictadura CIVICO-MILITAR,  izquierda, socialistas, etc. En mi caso  pertenecía al MLN  (Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros)  Esto es deber aclararlo, pues siempre se ha creído que las mujeres internadas allí eran mezcla de prostitutas, ladronas, etc., etc., con quienes además por nuestra mentalidad social también apreciamos y valoramos en algunos aspectos de vida en que ellas se encuentren.              En todos estos movimientos, uno encuentra inseguridad física, sufrimientos morales, limitaciones de todas clases, readaptación al medio, a las compañeras nuevas, resumiendo: ‘lo desconocido’. Pero existió uno en el que lo fantasmagórico, sensacionalista, desmedidamente exagerado y agotador, significó mucha ficción y un mínimo de realidad, para mi pobre imaginación, lo expreso en sentido de pobreza no de comprensión. [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ [ -------------------------ohohohohohohohoh°°°°°°°°°°°°° {{{{{{{{{{{{{{}}}}}}}}}}}}}}   C   u   a   n  d  o           s u p e  quuuuuueeeeeee: al día siguiente nos trasladarían a más de ochenta mujeres compañeras, me sentí tan mal, que mi presión arterial ascendió a valores no normales. Llamé a la guardia. Vino se preocupó por mí. Me llevaron a la enfermería. Quedé depositada. Vino una señora que nunca había visto.  Ordenó un inyectable y que luego de ello me dieran dos pastillas separadas por un intervalo de tiempo, que a uno se le hace interminable ese período de tiempo a la espera de esas reacciones para tu mejoría. Iban y venían. La señora y nuestra enfermera. De pronto esta última me alcanza una pastilla,  un vaso de aluminio ordenándome que la sorbiera. En eso, mientras me incorporaba y con el vaso en la mano temblando, alguien la llamó. Ese instante fue de alegría para mí. Al mirar el agua, desde esa superficie clara, cristalina, esperanzadora. . . retornó. Su pequeña cara alargada con unos años más de cuando la vi por primera vez en el arroyo, bajo un ceibo, Vicentita con una papada algo lozana su cabello ceñido hacia atrás, tirante denotando algunas canas jóvenes volvió hablarme. Ella sabía de mí y de mis circunstanciales pasajes emotivos. Con mi hermana de caridad, estábamos nuevamente juntas, siempre la escuchaba serenamente, sin pronunciar palabra. Sabía que me aconsejaba para días venideros, con claridad, fortaleza y principalmente fe : : : : : : : : : : ”Anteponer la mente al cerebro puede tener muchas consecuencias. Debes ejercitarlo. La mente lo controla. Tú debes en tu padecimiento-obsesivo con rutina, analizarlo. Tú cerebro te pertenece. Sin  embargo, las ideas nos pertenecen. Lo que advertimos no es lo mismo de lo que sabemos. Por último, te diré, nos encontrarnos a la brevedad. Verás más libertad motivando tu cerebro. Recuerda: nos titulamos de saber todo. En realidad somos idiotas. Pensamos en que el otro debe modificar sus conductas. No vemos que en realidad no sabemos cuánto cambio nos dan en una compra. Tampoco atarnos los cordones sin ayuda…………………………………………………………………”                                                                                    
Sorbí, engullí mi pastilla.  Esa tarde la pase en cama, medicada.  Mi trance se extendió por varios días.  
¡¡¡Nunca avisaban para los traslados!!!!  
Sin embargo esta vez tuvieron que hacerlo.         
En abatimiento total, igualmente, me hicieron ‘la requisa’ como la llaman. Personalmente mi fortuna de trabajo era siempre la misma: una bolsa pequeña con algunas pelotas de lana que iba renovando a medida que se terminaban, dos pares de agujas de tejer,  un pequeño costurero de tela roja (que aún levo conmigo) fue un regalo de Ana María un día de mi cumpleaños, cumplido en esas condiciones.
Nos hicieron sacar a luz todas nuestras pertenencias. Imaginen cuanto puede tener alguien que no tiene nada. Nada de nada. Eso que les conté. Igualmente, el ser humano posee defectos, que nunca se da  cuenta que sostiene. Existían dos sectores, el derecho al que yo pertenecía y que poseía quince celdas, donde éramos cincuenta mujeres más o menos y el izquierdo del que nunca supe nada.
Era una tarde plena a vivo sol. El patio principal de la cárcel de Paso de los Toros, se transformó en una gigantesca pira de cosas mezcladas.  Ese creo era uno de los defectos acumular cualquier cantidad de cosas como un  preciado tesoro. Eran materiales de trabajo. Lanas para tejer, cueros, hilos, telas y restos, muchos restos, pues todo sirve. Pero el fin del ejército era otro ‘eliminar lo innecesario’. Al fin era “TODO” o  casi “TODO”. Esto había sido requisado de nuestras celdas. Estimo varios transportes solo para estas bolsas.





Traslado al otro lado
Casi agotada, después de todo los vivido. Nos devolvieron al celdario. Dormité, por varias horas, hasta que logré conciliar el sueño. Se hace difícil la convivencia entre tres compañeras durante largo tiempo en lugares tan precarios para la vida. No obstante ello, al conocernos, acordamos como será nuestro comportamiento interno, para no perjudicarnos unas a otras. Siempre se cumple, hacemos el esfuerzo, el imperioso esfuerzo.                     A la madrugada del otro día, debimos salir al patio de armas, como lo llaman. Era pleno invierno, la helada caída la noche anterior cubría todo y un vaho espeso se levantaba del suelo. El despliegue militar era espectacular. En fila con las manos atadas detrás, nos arreaban hacia los camiones de traslado. Unos toldados, otros no. Desde la puerta de salida de la cárcel en Paso de los Toros y hasta los camiones estacionados en el cordón de la vereda, habían realizado una doble filas de personas con máscaras antigases. Los gases listos y con armas muy sofisticadas nos darían muerte de una solo grito de algún superior, sin duda. Detrás de esta fila, otra de militares con perros muy feroces, entrenados para atacar a la mínima orden. Fuimos subiendo de a una. Nos esperaban mujeres son uniformes militares, las que nos empujaban y nos hacían sentar una al lado de la otra. Largos bancos como los de las casas de campaña recibían nuestros traseros flacos, delgados, huesudos. En mi caso y en el de todas, teníamos una compañera a la izquierda y otra a la derecha. Pues, con cada una estábamos esposadas mi muñeca izquierda con la  derecha de quien iba a mi izquierda y mi muñeca derecha con la muñeca izquierda de quien iba a mi derecha. Una cadena de esposadas que no nos podríamos mover ni aunque estuviésemos diarrea.                             Recuerdo sólo quien iba a mi derecha. Era una mujer a quien le debo grandes favores desinteresados y aprecio con gran fortaleza espiritual. Regularmente nos vemos, nuestra conversación aunque trata de no derivar en esa horrible época, termina siempre en recuerdos. Solemos reírnos de situaciones y personas absurdas. En realidad, reímos por no llorar, es así, simple pero duro.                                                              Fue un viaje largo y resquebrajante. A veces intuíamos que algún pueblo se acercaba o estábamos insertos en él debido a los ruidos característicos de sus calles. Ese resquebrajamiento hace justamente de que a nuestro consciente se le olviden cosas, quehaceres diarios a que estamos acostumbrados, nos abatimos mentalmente de tal forma que el silencio y el encierro, nos deteriora, ello. Vías de trenes, pasos a niveles, abruptos saltos de los camiones, calles adoquinadas, hacen que afloren imágenes perdidas durante años. Estoy segura que alguna de nosotras habrá conocido los lugares por donde íbamos. Yo no. Mi mente iba en blanco, descansando para cuando realmente se necesite. Nunca me esforcé en averiguar o adivinar algo que no tenía solución a mi problema.



Viaje y contratiempos de salud
Una cabo femenina del ejército, comandaba la unidad de traslado o camión. Usaba un par de perlas blancas en sus lóbulos de la oreja, facciones mestizas, con rostro joven, intuía de buen corazón. Una se acostumbra a meterse en su adversario o que trabajaba para él, de tal forma que al final, termina acercándose y adentrándose a la personalidad de quien lo comandaba ocasionalmente. Sentada en un banquito frente a todas nosotras, estaba serena, aunque lista para entrar en acción en cualquier momento. Recuerdo su nombre con claridad ‘VICENTA’, así liso y llano, mi madre VICENTA, mi visitante ocasional y portadora de mí frente a mí ‘Vicentita’ y yo en clandestinidad ‘Vicenta’. ¿Es coincidencia? Es irreal.¡ No! Alguien guiaba mi vida por esos momentos y mi amiga incondicional ‘Vicentita’ me lo había hecho notar ¿recuerdan?                            Llamé a Vicenta. Con cara de susto me miró, escuchó mi pedido. Solicité un analgésico pues me dolía mucho la cabeza. Llamó otro soldado con brazalete de cruz roja que a su vez debió hablar con su superior. Conversaron entre ellos. Me señalaron con un movimiento de cabeza entre ellos. La cabo procedió a colocarme la pastilla bajo mi lengua. Un vaso de agua temblequeaba en su mano con el movimiento incesante del vehículo. Hice una demora en sorber el líquido. Esperé. . .  En instantes solo segundos apareció: ‘Calma, sin sobresaltos. Tu mente viva y veraz. Está pasando todo’
-          Dale tomá de una vez
-          Estoy masticando la aspirina
-          ¡No es aspirina!
-          Bien ya tomo
Desapareció dejándome nuevamente en soledad pero con firmeza. Ella era así. Noble, inteligente, sobria. Su cara semiarrugada por los años me fortalecía. Esta vez estaba casi irreconocible por las pequeñas olitas en el vaso pero la escuché clara y la vi borrosa sin desmedro hacia nadie.




Arribo. ¿Sería nuestra última morada?
Se detuvieron los camiones. Intuíamos llegada a destino. ¿Qué nos esperaba? En este mundo sórdido, extraplanetario, ¿. . .qué nos esperaba? Nunca un comentario, no debíamos ni podíamos, era eso implacable tradición de gente de guerra que encontró en nosotras aquel ensañamiento que nunca habían podido desarrollar como fuerza nacional. Entonces este casi centenar de mujeres darían vuelta la página de otro día sin descansar en una historia que nunca prometimos.                           Nos empezaron a bajar. Desde dentro de las tinieblas enraizadas en cárceles, celdarios, boxes de equinos y ahora de camiones totalmente cerrado con lona y durante cinco años, la luz del sol en  pleno rostro que no había visto, no me permitió casi abrir mi ojos pequeños. Dios mío: ¡Qué brillo!!! Es específicamente en este momento cuando la mente ordena al cerebro acciones a ejecutar. Lamentablemente no se pueden llevar a cabo estamos en represión absoluta. Nuevamente, se acciona ese mecanismo del ser humano: protección, barreras anti disturbio intracorpóreos, al fin preguntamos cómo defensa: ¿Qué nuevos sufrimientos, físicos, psíquicos, nos esperan? ¿Qué nueva humillación sufriríamos?                 Sin embargo el desgaste pero aprendizaje a la vez del roce diario en cuarteles, hacía denotar que se alivianaba la presión. Ya no bajamos encapuchadas. El brillo del sol quedó debajo de nuestra mollera, ya que nos hacían mirar el piso encorvadas de tal forma que no podíamos mirar nada más que el suelo en el que andábamos. Igualmente era campo, un campo muy grande. No había edificaciones. El aire era puro y todo esto era mejor que aquellos infiernos de encierro. Es más, después de todo lo vivido hasta allí, si esto hubiese sido para matarme era mejor que aquello. Moriría dignamente al sol y oxigenada.                                       Cada una debía llevar sus pertenencias. Dentro de ellas, iba un viejo colchón para el descanso. Debido a que estuve en cama el día anterior y al viaje cansador, no me quedaban fuerzas para levantarlo. Así que dieron la orden a mi coterránea Cristina A que me ayudara. Ella era prima de mi esposo. Me detestaba, no dejaba de demostrármelo. Su samaritana actitud fue una sorpresa. ¡Gracias!                                                         En un gran salón nos sentaron a todos mirando la pared. Pasaron horas, pesadas, largas, calurosas. No entendía muy bien qué pasaba. Uno trata de descifrar. A veces se logra. Después me di cuenta, llevaban grupos a los lugares que nos habían asignado. Cuando el cansancio imperaba en mí, solo un puñado de mujeres quedábamos allí, en espera. . ., de pronto soldados femeninas vinieron se apersonaron y me llevaron a una enfermería.   Allí  dos o tres  de ellas me revisaron el cuerpo. También el cabello. Nunca tuve piojos, mis padres me cuidaban de ello en la escuela. Toquetearon mis ropas ajadas. Apareció una con grado de cabo. me conocía de diferentes cuarteles y batallones y de la cárcel. Les dijo: ‘¡a ella basta. . .; pásenla a laz doctora. . .!’  --------------------------------------       ///  Me pasaron a otro cuarto. ¡Otra vez camillas! Me auscultaron, tomaron mi presión y otras revisaciones. Entrecerré mis ojos. Dudé. . . Caí en aquellos sopores que hacían tanto daño, en el recuerdo de viejas torturas. ¿Se vendrían más!!! Cuando casi salía de mi trance una leve sensación de aire fresco oxigenado pero entrecortado casi refrescaba mi pequeña y diminuta figura humana, entreabrí mis ojos. Era una túnica blanca grande muy grande que estaba casi rozándome. Al moverse me di cuenta de una mujer joven, gordísima que revisaba no sé qué de mí. Era una doctora. Con el correr de los días, sentí que en varias ocasiones la llamaban Rosita.


Yo, siempre presentía a Vicentita.
Después de toda esta parafernalia de cuidados hacia mi persona y supongo a mis compañeras, me llevaron a lo que es realmente la cárcel para detenidas políticas. Las fuerzas armadas, lograron montar evidentemente, guiándose por cárceles semejantes en otras partes del mundo, estos edificios para nosotras. Tiempo debe haber habido para ir a investigar e interiorizarse en el albergue tan peculiar de gente que no es ladrona, , violadora, estafadora, presos comunes, etc. Allí me llevaron, recorriendo un nlargo camino de balasto cuesta arriba, sin mirar a los lados sino hacia delante de mí. Se iban aflojando las péripecias sufridas. Siempre tendré presente a Vicentita. Ella me iba adviertiendo, como si estuviera un tiempo delante de mis pensamientos. Era mi orientadora, sin duda. En cada actitud de vida mía por esos días, ella iba consigo misma, desenredando este camino que voy atravesando junto a ustedes para que entiendan nusetros sufrimientos.                                  Pasamos frente de unos edificos altos y largos espécies de barracas, que así eran llamados. Eran tres  estaban numerados con números y letras: 1a, 1b, 2a, 2b, etc. . . . Donde fui llevada, lucía muy prolijo y hasta simpático después de lo acontecido. Se accedía por una vereda que a ambos lados poseía canteros de flores, detrás al pasar un portón se cerraba. Los barracones lucían prolijos y hasta simpáticos. Estábamos en la altura del campo. Nada era ciego. Todo se veía. Muchas otras compañeras caminando al sol con sus uniformes grises y las manos atrás. Ese reflejo condicionado de las detenidas nos queda por años, luego se borra. Alambrados altos, mangrullos de custodia, en ellos soldados con armas largas. Mirando hacia abajo, en el terreno, se veían parcelas, muy bien trabajadas con quintas  de verduras. ¡Reitero! ¡Acá nada era ciego! estábamos tan altas que llegamos a pensar que nuestras figuras, en estas situaciones nunca hubiesen llegado allí. Encierro tras encierro, y cuanto más abajo mejor si ver nada. Me creía gigante, mi espíritu y mi alma se elevaban: “¿Ya me lo había dicho ella, tantas veces: ‘elévate’,  que la volví dentro de mí!” la esperaré, sé que vendrá. El verdor, una lagunaaaaaaaa, vacas, caballos y hasta un camino serpenteante!! Daba para escribir poemas. Ella siempre apoyó mi espiritualidad, mi alma. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .                                                            

Interior. . . +  interior= liviandad de presiones
Dentro, todo era orden. Un pasillo largo, a ambos lados, doble hilera de cuchetas una arriba y una abajo, todas tendidas con colchas multicolores. Fresco, limpio, hasta las mesas y bancos donde comíamos te refrescaban el ser de tal forma que no pensabas en toda la maldad que te había rodeado durante años. En la pared del fondo una gran puerta comunicaba hacia los baños y duchas, además lavaderos con grandes piletas y buenas canillas. Me destinaron una cama, al igual que a mis compañeras, era toda nuestra propiedad horizontal. Arriba, abajo y a uno solo de los lados de mi cama podía poner mis pertenencias. Eran tan pocas que no les di mucho trabajo, debajo de ella entraban todas. Aquí se aprende y mucho, no tenemos recursos para agotar, así que nos implicamos realizar hermosas y coquetas mesitas de luz. ¿Con qué? Las cajas que se iban recibiendo con mercancías y ropas, las utilizábamos para ello. Conseguíamos harina, un poco de agua caliente y el engrudo facilitaba la tarea. No olvidemos que en esos años no existía tanta televisión con programas de recreación manual. Las revistas recibidas y que pasábamos para que las compañeras leyeran, luego de su uso imperioso de necesidad lectora, se les seleccionaban sus hojas de mayor colorido y los más agradables a la vista se pegaban adhiriéndolas en dos capas que se dejan secar por lo menos ocho horas. Estantes, cajones y hasta superposición de estos elementos hacen que quede un lugar agradable y beneficioso para nuestra imagen interior. Parecen de madera así que también las colgábamos de las paredes. Con ello las mujeres nos sentíamos reconfortadas y frescas para seguir tirando el día a día. Aquél colchón cinchado por la compañera, dos sábanas que lavábamos una vez a la semana, una funda una almohada, un par de botas y un enorme paquete de ropa y zapatos que había recibido de mi hermana  menor y al que repartí casi todo, ni bien me entregaron, entre las compañeras que más lo necesitaban, un pijama, un buzo de lana, dos bombachas que lavaba todos los días, dos sostenes,  dos pares de medias, una camiseta para dormir, una bolsita con lanas y dos pares de agujas de tejer, era mi casa a cuesta intracarcelaria.  Nos habían entregado tres uniformes al arribo. Con el número quinientos siete en la espalda y en el pecho, lucía mi estampa desgarbada allí dentro. Habían sido usados por otras presas políticas con anterioridad. Así que, uno estaba todo remendado, ‘la escafandra’ era el blusón, así la llamábamos. El pantalón debíamos de arreglarlo la mayoría de las compañeras ya que siempre nadábamos en él. Otro medianamente usado que siempre terminaba adecuándose a nuestras necesidades físicas y de costurería y otro que debíamos usar en ocasiones especiales. Éste último, de acrocel gris, lo habré usado tres o cuatro veces. Yo no tenía visitas regulares, es así que, cuando venían comisiones de derechos humanos que escasamente fueron, o desfiles militares días en que todo era perfecto, lo usábamos para el aparente bien desenvolvimiento de ellos para con nosotras.                                              Un lugar de reclusión nunca es bueno.  Menos aún un campo de concentración. Esto era bastante similar. Nunca había escuchado hablar de Punta de Rieles. Para ser un lugar de reclusión se estaba muy bien en comparación a los cuarteles. Esas presiones al intelecto, eso de estar en el interior del interior, en ese submundo infrahumano al que nos sometieron durante años, aquí por lo menos, encontrábamos liviandad hacia nuestros seres. Un día pregunté a unas compañeras que había sido este predio con anterioridad. Me respondieron que había sido una especie de escuela agrícola o vitivinícola y que pertenecía o había pertenecido a la iglesia. Me pregunté, sola, en reflexión ya que a veces es bueno reflexionar en conjunto, no es así en estos momentos: ¿Cómo pasó a manos del ejército? ¿Se lo vendió la iglesia? ¿Se lo expropiaron? ¿Lo cedió? Sería interesante averiguarlo, no obstante me respondo a sabiendas: ‘recuerdas por experiencias que la iglesia siempre está ¡con quien gobierna! ¡Sea, este hijo de Dios o de Satanás!


Resto de vida carcelaria 
Sin duda este fueron mis mejores años como detenida política. ¡Qué bárbaro decir esto! Ahhhh que expresiones las de uno!!!! Es tan difícil, tan rara esta atmósfera, es que soy una mujer muy espiritual y en base a ello me defino y defiendo. Ya habrán visto, hasta me enloquezco, mi consciente se replica como en una pelea con el inconsciente y allí surge alguien, ¡ella!! ¡siempre ella!! Es por ella y gracias a Vicentita, que mi conducta se ve reflejada en una ejemplarización, aunque nunca te lo van a decir, uno no debería autodefinirse  tampoco, no me gusta, pero debemos sopesarnos interiormente para seguir adelante. El hecho de estar a punto de cumplir mi condena, una se repliega y espera con tranquilidad, que nunca es tal, momentos mejores. Conjuntamente a ello en este lugar existía una biblioteca ¡enorme!, donde podíamos pedir dos libros semanales. ¡Y qué buena lectura! Pues el material era de las detenidas, no del ejército. Y cómo ya hablé de la censura, aquí también se aplicaba por parte de las fuerzas armadas. Por concesión se me otorgó la posibilidad de tener junto a mí una biblia. Siempre poseía alrededor de treinta libros a la semana pues merodeaban por allí y yo: ¡zás! ¡me los leía!  Sentíamos debilidad por hacer cosas. Entonces allí dentro no te escapas de tareas específicas, eres un subalterno social a su servicio con ideas diferentes en lucha por los más desprotegidos. Pues ellos con sus armas están ‘muy protegidos’ aunque muren bajo la orden superior. Allí todos los días al anochecer la encargada de la guardia normalmente una cabo, leía el ordenamiento diario para el otro día que cada detenida debe realizar. ‘Orden de fajina’ ese era el nombre de la rutina. Se lee en por parte de ella en voz alta. Generalmente eran tres aspectos de fajina: limpieza de patio, baño y cocina. El patio se realizaba a primera hora de la mañana en el que circunvala a toda tu barraca, incluía arrancar yuyos, limpieza de canaletas de agua de lluvia, baldear elementos de higiene, accesos al alojamiento, etc. El baño se realizaba con guantes y botas de goma compradas por nuestros familiares o prestadas por alguna compañera que los poseía, vaciar tachos con papeles y algodones, no los arrojábamos a los inodoros para evitar su posterior obstrucción. ‘Lavar a conciencia’, término muy usado por ellos sin saber en realidad lo que significaba en profundidad la conciencia humana; con agua lavandina, desinfectante y jabón las paredes, pisos e inodoros del mismo, para evitar contagios. Sin embargo cuando nos torturaban, debíamos tomar el agua que salía de tazas turcas para calmar la sed, que rol protagónico con tanto antagonismo de calidez humana poseyeron las fuerzas armadas de mi país en tan solo unos años de diferencia. Lavar piletas y rejillas, pulir canillas, quitar telarañas de paredes, pasillos, limpiar vidrios de ventanas y puertas donde los hubiese. Todo se realizaba de nuestra parte con buen criterio adoptando tales medidas con gusto pues eran en beneficio de nuestra salud. Con ello, logramos una salud penal inmejorable. Estas mismas tareas se realizaban al atardecer antes del toque de bandera, que es cuando se arrea la misma, a la caída del sol. Esto si me causaba mucho dolor. Estimo que saludar a mi bandera debería ser de todos los hijos de mi patria. En esos momentos éramos participe del acontecimiento, pero solo a ellos le pertenecía como que eran vencedores de algo que aún hoy no comprendo de que se trató. Después de ese acto teníamos un rato libre antes de servir la comida última del día ‘rancho’ tarea que generalmente me correspondía junto a tres o cuatro chicas más. Debíamos de limpiar los platos y cubiertos usaos en la cena. Estos trabajos complementaban un mejor amanecer al otro día una evita neurosis, holgazanería y otras manías, formando sana y convenientemente el buen ánimo del futuro.

Visitas, tan pocas, en tantos años. . ., internaciones y desequilibrios!!
Recuerdan que había dicho que mis visitas fueron muy pocas. Todas me llenaron de satisfacción. No obstante la realidad era de una dureza tal que verlos irse por diferentes caminos, el de Punta de Rieles era largo y polvoriento. . ., era, demasiado triste. Dios da fuerzas para seguir y aguantar todo. Hubo uno cuando estaba en Paso de los Toros en que mi interlocutor, mi sobrino, casi no pudo expresarse. Lo había visto por última vez niño, adolescente, pícaro, pertinaz. Allí tuvimos dos horas, juntos, dentro de una sala de visitas y por la que él veía a las otras chicas encerradas. Se casaba al mes con su compañera, con  quien  aún vive y ya hace de esto treinta y ocho años!! Hoy ya tiene dos nietas. ¡Y quien diría, me escribiese un libro!  Se fue en un mar de lágrimas y yo quedé en un mar de alegría al principio luego, días enteros de recuperación. Hijo de mi hermana Sally, pudo contarme de su familia a duras penas. Fue muy desgastante. Para los dos. En esta cárcel de Punta de Rieles solamente tuve tres o cuatro visitas. Una de mi hermano, una de mi suegra y creo dos de mi cuñada Sor Marina, religiosa joven ella. La familia de mi esposo nunca me dejó de faltar lo necesario, dentro de sus posibilidades, lógicamente, eran jubilados y no eran las mejores situaciones en las que vivían. Jamás olvidaré esos gestos, de ir a lugares lejos de todo, en medio de un campo de difícil acceso. Lo agradeceré de por vida. Sin embargo hubo otros que nunca lo hicieron.           En estos tiempos es muy difícil sobrellevar situaciones diarias con absoluta cordura. Los días posteriores, mi presión arterial trepaba a situaciones límites. Un par de veces fui llevada al hospital militar, debido a ello. Estuve siempre en cama bien abrigada y con medicación precisa. Durante los inviernos al comienzo de los fríos era cuando me deterioraba aún más. A todas nos atendió un psiquiatra mi médico en esa área fue el doctor Guidobonno, quien me aseguró absoluto control mental en el futuro. Nunca supe por qué lo dijo, pero mirando hoy a mí alrededor, siento que fue como él lo planteó. Siempre me medicó con alguna pastillitq para los nervios. Me llevaban a la sala ocho, destinada solamente para presos políticos. Sus puertas dejaban trasuntar un dejo de desolación, tenían gruesos, muy gruesos barrotes. En la parte de atrás estábamos las mujeres. Interiormente existían biombos blancos dividiéndola. Pero en la parte de adelante, estaba el  sector hombres. Voy a dar algunos datos. La primera vez que me llevaron allí, estaba muy mal, pero había otras personas en peores condiciones. De la sala de hombres, que nunca supe quienes eran, recuerdo heridos, torturados y muchos con recientes operaciones.  En la de mujeres recuerdo una chica alarmantemente flaca, a quien después encontré la unidad militar de Colonia se llamaba Cristina Ramírez estaba constantemente acostada en la cama frente de mí. Nos separaba un pasillo, nunca olvidaré, le inyectaban hasta en los pies. También recuerdo a una ex monja española, ella sufría de un agujero muy grande en una de sus nalgas. Venían a curarla a la mañana, le extraían con pinzas, unas largas mechas. Ella siempre sonreía. Estoica la veterana.                                          Un recuerdo me conmovió hasta niveles de éxtasis de lo que acontece de un ser humano para con otro. El batallón Ingenieros de Florida hacía custodia del lugar durante  el tiempo que le otorgaba sus superiores. De él estaba allí haciendo guardia un soldado mulato, grandote, desprolijo, hacía rato que me miraba con odio por qué lloraba. Me gritó que me callase y como no lo hice, se me abalanzó con un palo para pegarme. Gracias a Dios y la enfermera, joven, de color, Orquídea Pintos que se interpuso entre él y mi cama, ordenándole que se retirase a su puesto que era, solo el de guardia. Indudablemente, en ese batallón estaban los más criminales especímenes reunidos. Éste mismo soldado estuvo de guardia, la tercera vez que me llevaron al nosocomio militar. Intentaba hablarme, quería decirme algo. . ., lucía más achicado de sus bravuconerías. Siempre mirándolo a los ojos, firme, segura, interpretativa de sus actos, retomaba su andar en un circuito muy pequeño de espacio dando vueltas y con su cabeza gacha dando miradas de soslayo quería volver a intentarlo. Pero lo superaba en energía, que había ganado con aprendizaje en el correr de los años. 




Con esperanza retornaba a Punta de. . .Rieles
Los retornos a la cárcel desde el hospital, siempre eran agobiantes, aunque mis compañeras me veían mejorada. Intentaba superar momentos, de horas, días, vividos allí, hojeando enfermedades y lastimosas personas acicateadas por la dureza militar.                                                                         Una noche muy fría de invierno, recién llegada, después que estábamos en cama, serían las veintidós horas, nos dieron orden de vestirnos de apuro. Como todo, como siempre, pisando fuerte con sus lustrosas botas, sintiendo omnipotencia, dueños de la fuerza física, sus pistoleras bajas de manera de intervenir al menor resquicio, dando órdenes a subalternos intermitentemente, para que estos a su vez nos las diesen a nosotras, corregidas y aumentadas; se hicieron presente.          No intenté pensar qué podía pasar. No sospeché nada. Nos sacaron fuera de la barraca, nos pararon frente a una de sus paredes en fila. Enormes reflectores, nos alumbraban. Varios soldados tirados en el suelo a cierta distancia, nos apuntaban con sus armas largas. NUNCA PENSÉ Y NI SIQUEIRA EN ESE MOMENTO QUE: ¡¡¡ N   O SSSS I B A N     A     F   F   U  U  S  I  L  A A A A R R R !!!!!!!!
ah!! . - . - . - . - . - . . - .- .--- . . .--- . .. ------- …. ----- . . …….--- _________________________--------____---
Siempre tuve fe!
Desde dentro del alojamiento se emitían unos ruidos exagerados, tumultuosos, se notaba revoltijo, cosas caídas contra el suelo como en un ataque de rabia o de histeria colectiva.                         
Buscaban unas tijeras, que faltaron cuando entregábamos las herramientas al anochecer. A pesar de que habíamos denunciado su falta después de buscarlas hasta el cansancio entre todas infructuosamente, de igual forma se hizo la ‘requisa’ a fondo. Después de lo que nos pareció horas de tarea, pues el frío nos calaba los huesos, volvimos a la barraca. El desorden era tan grande que recién a los días encontramos cada una de nuestras pertenencias desperdigadas.                         Como siempre en estos regímenes existe lo increíble. Era que nunca más se habló de las tijeras, porque lo que había pasado era que una de las soldados de ese día en esa guardia, las había usado fuera de la misma y con seguridad, olvidó regresarlas a su caja.                                            Conocí personas ocasionales compañeras de vida intracarcelaria de toda importancia. Con su plateada cabellera Alba Sendic ‘La Vieja’, ojos celestes, redonditos y pícaros, mejillas siempre sonrojadas como manzanas sanitas y sus casi siete decenas de años encima fue una de mis compañeras preferidas. Nunca hablamos de nuestras vidas. Nunca me preguntó con quien y si estaba casada. Tampoco donde caí y en qué acción. Nuestro respeto era mutuo y sagrado. No preguntar. ¡Qué cosa bella! Escuchar si alguien siente la necesidad de contar algo, hacerlo son sinceridad era nuestro lema. Cenábamos y almorzábamos juntas, era una mesa muy especial. Ella tenía carácter fuerte y seguro, no admitía tonterías, yo tampoco, teníamos mucho en común. antes de irme en libertad me entregó algo escrito para despedirse. Después de treinta años no he logrado leerlo sin llorar. . . . . . . . . . .






Olor a humanidad diaria
mis últimos días allí pasaron sin pena ni gloria
el 23 de abril de 1978 se cumplió mi sentencia de:
8 años
me llevaron al Supremo Tribunal Militar de
Montevideo a firmar mi libertad

nuevamente en Punta de Rieles, esperé tres meses y cinco días, antes de salir a la calle sola. ese día, a la mañana me lo comunicaron. mi presión volvió a trepar. la médico gorda me tuvo cuatro horas medicada. luego me dieron unos libros para leer. recorrí  aquel camino serpenteante y polvoriento sin mirar ‘atrás’. ¡cómo me habían ordenado por última vez! el olor a las florecillas del cantero de la puerta de entrada hasta hoy,  va conmigo. la mitad de la tarde estaba plomiza, a punto de crujir y explosionar en lágrimas. estaba contenida. el portón hacia la vereda rompió el candado, destrabó su pasador y se abrio : : : : : : : el soldado bajó su cabeza, el birrete casi se le cayó sobre el ojo verde oscuro pues el otro era celeste en su tuertez : : : : : : : : : : : : : : : : : : : :_ _

FUERA, en la vereda, desde la mañana estaba mi cuñada esperándome,  Sor Marina Pino. en el momento en que di mi primer paso me encomendé a Dios y dio comienzo un diluvio de agua caída del cielo. ella se cobijo bajo el único arbusto, ya casi convertido en árbol de flor de nieves que había a unos metros del portón. nos abrazamos fuertemente sin mediar palabra. su hábito y el velo de su atuendo cubrieron mi escueta figura. le pregunté si no era inconveniente para ella y me dijo: “El uso del velo es un mandamiento de la Biblia cuando dice: "toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, deshonra su cabeza" (I Corintios 11:3)   indica modestia, uniformidad. era tanta la lluvia que los baches de la vereda rota se inundaron de agua. quedamos minutos, instantes de vida mirando fijamente el más grande de ellos frente de nosotras. las gotas saltarinas de agua que formaban globos de repente se aplacaron. cesó totalmente la lluvia y desde ese lugar apareció, rostro pálido de una mujer agobiada, de ojos alicaídos, de frente arrugada, casi sin pestañas la comisura de sus labios hacia abajo como desgastada del trajín de la vida, sus ojos tranquilos y serenos. Sor Marina me miró en señal de pregunta. entendió todo y nos quedamos escuchándola: “¡SUÉLTATE, VICENTA, TERRY, COMPAÑERA! El débil corazón de tu madre te llenó con las experiencias de su vida. Eran un torbellino de cambios. Ella había estado entre la vida y la muerte desde su nacimiento. Toda tú has hecho lo mismo. Te has colocado en la tumba y has surgido de entre los muertos miles de veces por minuto, desplazas a menudo materia vieja por materia nueva. Ahora nos es momento de duelos. Estas ahora en libertad de saber quien realmente te sirvió de consuelo. Extrae lo puro de entre lo impuro. Son  suficientes estas palabras AMIGA!! esencia, alma, espíritu santo”                                   solo dos gotas más cayeron desde el cielo, quedaron inmóviles debajo de su ojos tristes  y esas lágrimas de ellas dieron un paso al más allá por sobre todas la imágenes y me encumbró  en el alma.                                           Sor Marina dos veces movió su cabeza a un lado y otro de su delgado cuerpo. Me tomó del brazo y por varios metros no hablamos. En el centro me esperaba mi hermano Harry y mi sobrina Shirley, ya señorita. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
seguí en mi tierra esperando la libertad de todos mis compañeros que sufrieron dando su vida por una causa justa LA IGUALDAD PARA TODOS
Entre los ajusticiados dentro de la cárcel quedó mi esposo ( Perico) Juan Alfredo Pino Garín, a quien le firmaron la libertad en mayo de 1983 y se lo entregaron muerto a sus padres en junio de ese año, en el batallón de Ingenieros de Florida
Mi pensamiento para NITO: ‘más que tu muerte, era tu silencio lo que necesitaban ellos, pero no tuvieron en cuenta, o no lo saben, que la voz queda en el aire y que la tierra si es buena, fecunda la semilla’                                      






mi libertad se denominó ‘VIGILADA’
‘ellos’ quisieron que debía presentarme cada quince días en la unidad de Colonia
nunca se me permitió entrar allí
entregaba al soldado de guardia mi documento diciéndole a qué venía
debía permanecer en la vereda de enfrente parada al sol o a la lluvia esperando que el documento volviese junto a gruñido del soldado que agrandado me retaba 
¡Estoy bien!

en mercedes reclusa N°3 (box)
en colonia reclusa letra y  N° A 80
en paso de  os toros reclusa N° 135
en flores sin  num.
en punta de rieles reclusa N° 507

Fueron veintiocho hojas a máquina de escribir con rollo de tinta negra, azul y roja, subrayadas a lápiz, corregidas con lápiceras rojas, azules, negras, lápices de grafito. . . tus narradores, de sus peripecias para mirar hacia un modelo de país del que orgullosamente hoy, ha visto como se ha ido transformando. No obstante aún, algunas de aquellas reivindicaciones por las que tanto lucharon, están en deuda con ellos.








Dispénsenme ustedes y Tía Terry si no fui veraz en la tarea difícil de compaginar.                                  ¡Voy a dar una vuelta en bici, junto a mis nietas!

     















Colonia del Sacramento 2015